DRÁCULA: UNA HISTORIA DE AMOR (Dracula: A Love Tale. Francia, 2025. Dir. Luc Besson).
Como ya sabemos Drácula de Bram Stocker ha sido filmada docenas de veces desde que en 1929 Murnau dio a conocer la figura del mítico vampiro "Nosferatu". De hecho, apenas en enero pasado (2025) asistimos al cine a ver el estreno de la penúltima versión: Nosferatu de Robert Eggers (2024) que nos dejó gratamente impresionados por su estética oscura y verdaderamente gótica.
Apenas estrenada la semana pasada, Drácula: Una historia de amor es una versión libérrima de otro célebre director: Luc Besson. Esta entrega hace mucho mayor énfasis en la historia de amor y desolación que el protagonista atraviesa durante 4 siglos. Está por demás decir que como es la misma historia ésta tiene grandes semejanzas con sus predecesoras, pero mucho más acusadamente con la versión de Francis Ford Coppola Drácula: El amor nunca muere de 1992.
Elisabeta, el amor de su vida, está interpretada por la increíblemente bella Zoe Sidel —que resulta ser hija de Rossana Arquette (Deseperadamente buscando a Susana, Susan Seidelman, 1985)—, que tanto en bata, despeinada y embarrada de pastel cuanto regiamente vestida y enjoyada luce preciosa. En general el vestuario es completamente asombroso. Sidel, también como Mina luce como un maniquí de aparador. Seguramente el filme será nominado al Óscar en el rubro de Mejor vestuario, sobre todo si tomamos en cuenta el traje con el que vistieron al Cardenal (Haymon Maria Buttinger), sin excluir la colección presentada en los bailes palaciegos de las cortes europeas, que nos recordaron un poco a las súper producciones musicales en otros filmes de época: El príncipe y la corista (Lawrence Olivier, 1957), Anna Karenina (Joe Wright, 2012) o a El gran Gatsby (Baz Luhrmann, 2013).
En contraste con lo espectacular de esta puesta en pantalla, de fotografía preciosista y grandes recursos técnicos y estéticos, que retoma por enésima vez esta histórica y célebre novela gótica, encontramos una discrepancia visual que nos provocó una disonancia cognitiva enorme. No les diré cuál (aunque tiene que ver con unas gárgolas, je, je), para que ustedes mismos la descubran y la asimilen si pueden; la verdad yo no pude… Este “error”, digamos, le resta seriedad y rigor narrativo y visual a un filme que bien pudo ser una obra maestra. Sin embargo, si se prescindiera de tal ridiculez la producción prosigue y recobra por sí misma su belleza y monumentalidad.
Si Caleb Landry Jones ya nos había quitado el aliento con su actuación en Dogman (Luc Besson, 2023) ahora como la figura central de Drácula se consagra como todo un dios de cine de raro magnetismo. Ya quiero verlo en su siguiente película.
Me tocó ver la versión “subtitulada”, el joven de la taquilla se lo advierte a uno; luego entonces, yo esperaba verla en francés, porque la producción es francesa y el director también, pero ¡oh, sorpresa, está hablada en inglés…! (No revisé la ficha cinematográfica antes, casi nunca lo hago para no boicotear la sorpresa). El detalle no tiene importancia, excepto que por ello el mercado de la película entonces se torna mundial, sin lugar a dudas. A mí me gusta que les vaya bien a las películas.
Antes, cuando iniciamos este blog de crítica cinematográfica, hace años, acostumbrábamos a calificar los filmes con estrellas cuyo máximo eran 4. Si tuviera que “calificar” esta Drácula le pondría 3, porque las “gárgolas”, aunque sólo aparecen en unas 3 ó 4 secuencias, son francamente antipáticas, mal hechas y totalmente fuera de contexto. Pero todavía hay más: lo peor es en lo que se transfiguran al final, ahora sí que ¡horror de horrores…! Con todo y todo es muy probable que regrese a verla otra vez.
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado
Apenas estrenada la semana pasada, Drácula: Una historia de amor es una versión libérrima de otro célebre director: Luc Besson. Esta entrega hace mucho mayor énfasis en la historia de amor y desolación que el protagonista atraviesa durante 4 siglos. Está por demás decir que como es la misma historia ésta tiene grandes semejanzas con sus predecesoras, pero mucho más acusadamente con la versión de Francis Ford Coppola Drácula: El amor nunca muere de 1992.
Elisabeta, el amor de su vida, está interpretada por la increíblemente bella Zoe Sidel —que resulta ser hija de Rossana Arquette (Deseperadamente buscando a Susana, Susan Seidelman, 1985)—, que tanto en bata, despeinada y embarrada de pastel cuanto regiamente vestida y enjoyada luce preciosa. En general el vestuario es completamente asombroso. Sidel, también como Mina luce como un maniquí de aparador. Seguramente el filme será nominado al Óscar en el rubro de Mejor vestuario, sobre todo si tomamos en cuenta el traje con el que vistieron al Cardenal (Haymon Maria Buttinger), sin excluir la colección presentada en los bailes palaciegos de las cortes europeas, que nos recordaron un poco a las súper producciones musicales en otros filmes de época: El príncipe y la corista (Lawrence Olivier, 1957), Anna Karenina (Joe Wright, 2012) o a El gran Gatsby (Baz Luhrmann, 2013).
En contraste con lo espectacular de esta puesta en pantalla, de fotografía preciosista y grandes recursos técnicos y estéticos, que retoma por enésima vez esta histórica y célebre novela gótica, encontramos una discrepancia visual que nos provocó una disonancia cognitiva enorme. No les diré cuál (aunque tiene que ver con unas gárgolas, je, je), para que ustedes mismos la descubran y la asimilen si pueden; la verdad yo no pude… Este “error”, digamos, le resta seriedad y rigor narrativo y visual a un filme que bien pudo ser una obra maestra. Sin embargo, si se prescindiera de tal ridiculez la producción prosigue y recobra por sí misma su belleza y monumentalidad.
Si Caleb Landry Jones ya nos había quitado el aliento con su actuación en Dogman (Luc Besson, 2023) ahora como la figura central de Drácula se consagra como todo un dios de cine de raro magnetismo. Ya quiero verlo en su siguiente película.
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DRÁCULA: UNA HISTORIA DE AMOR Los protagonistas están soberbios y la química entre ellos ilumina la pantalla. © Europa Corp/ TF1/ SND |
Antes, cuando iniciamos este blog de crítica cinematográfica, hace años, acostumbrábamos a calificar los filmes con estrellas cuyo máximo eran 4. Si tuviera que “calificar” esta Drácula le pondría 3, porque las “gárgolas”, aunque sólo aparecen en unas 3 ó 4 secuencias, son francamente antipáticas, mal hechas y totalmente fuera de contexto. Pero todavía hay más: lo peor es en lo que se transfiguran al final, ahora sí que ¡horror de horrores…! Con todo y todo es muy probable que regrese a verla otra vez.
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado
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