JOKER (Guasón) EE.UU., 2019. Dir. Todd Phillips. Tan sólo el enorme display publicitario preventivo, exhibido en los cines varias semanas antes de su estreno, anunciaba, y vaticinaba, algo que bien podría ir mucho más allá de una simple película sobre cómics. Pues presenta la imagen en escorzo del Joker sobre un fondo verde, con el eslogan “Pon tu mejor cara”. Para mí que esa es una representación postmoderna a modo de las pinturas de los dolientes mártires del período del arte barroco.
Ya sentados en la butaca, con mucho público maquillado ―como una cortesía en el lobby de la abarrotada sala de cine―, al estilo del legendario personaje; todos esperábamos ver otro divertimento insustancial, como siempre. Pero vaya sorpresa, desde la primera secuencia nos vimos frente a algo realmente serio: un hombre torturado, física y psíquicamente, tratando de sobrevivir en Gotham/ Ciudad Gótica, la perfecta alegoría de Nueva York, donde convergen todo tipo de habitantes de diferentes niveles socioeconómicos, desde los más esplendorosos hasta los más miserables. El espiritifláutico y patético comediante sin gracia Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), que se tiene que disfrazar de payaso para trabajar, es un pobre hombre que padece un desorden mental que tiene que ser tratado por el seguro social del Estado con múltiples entrevistas motivacionales, a manera de terapia, y medicamentos, algunos de ellos antipsicóticos. Entre otros padecimientos, tiene uno muy peculiar que le provoca una risa que se convierte en unas carcajadas desaforadas e incontrolables que le dan en momentos de gran tensión nerviosa. Para explicarlo, evitar molestias o peores agresiones, tiene una tarjeta que advierte que padece ataques de risa. Pero esa situación suele ponerlo en peligro o empeorarlo más, porque él usualmente es blanco de burlas y hasta de actos vandálicos.
Todavía soltero a
los cuarenta y tantos, Arthur vive en el departamento de su madre. Su relación
con ella es de una fortísima codependencia, en ambos sentidos. Pues no
tienen a nadie
más en el mundo. Él se llena
de angustia en una
visita que hace al centro de salud donde la
trabajadora social le anuncia
que el Estado
dejará de tratar a los
pacientes y que además los dejará sin sus medicamentos; pero ella a su
vez también se
quedará sin trabajo…
La cinta ha
creado sensación porque todos sus valores cinematográficos son de excelencia: guión, dirección, arte, vestuario, fotografía, actuaciones, soundtrack y edición (puedo apostar que hasta el catering era de primera). Por si fuera poco, es un raro estudio ontológico de personaje, no solamente psicológico, porque sin pretenciones estilísticas ni retruécanos rococó denuncia sin concesiones un sistema que no da cabida
a los sectores de la
población más desprotegidos
y que termina desprotegiéndolos todavía
más, sobre todo a
aquéllos que padecen enfermedades
crónicas y mentales.
Lo más
curioso es que a
pesar de ser
un personaje proscrito por
la sociedad, ésta, muy al contrario de lo que pudiera esperarse, le aplaudirá sus
transgresiones y sus crímenes, porque
se ha identificado con él; a tal punto que van a tratar de emular su imagen y las máscaras serán su colectivo escudo protector (¿les suena conocido?). Ahora todos son jokers. Así inicia una tumultuaria
revuelta de protesta en contra del
status quo, que a esas alturas,
la película se sitúa en 1982, ya está
bastante deteriorado. Los que saben acotarían que por allí se ubican los inicios del “neoliberalismo” en el que
la población civil sería vista
y tratada como los simples peones
del juego sucio de una economía al servicio del poder estatal y corporativo. Pero lo peor es que la gente ya comenzaba a darse cuenta.
En Europa
siempre han apreciado
mucho más las
expresiones artísticas, y a los
artistas, que en Estados Unidos. Fue allá,
en el más reciente
Festival de Cine
de Venecia donde la cinta Joker
fue galardonada con
el “León de Oro”; y ellos no
se andan con payasadas. Muy seguramente Joaquin Phoenix estará nominado como
Mejor Actor en los
premios “Óscar” de 2020. Pues su
actuación es tan exquisita
y avasalladora, que
aun sin haber
visto todavía a los otros nominados,
excepto a Leonardo DiCaprio ―que seguramente lo estará otra vez por
Había una vez en Hollywood
(Tarantino, 2019)―, todos nosotros como público y ellos, los expertos y los críticos, estamos de
acuerdo en que Phoenix es
quien lo merece, por
habernos arrastrado a ese torbellino de emociones tan densas que sin duda alguna nos ha dejado de boca
abierta.
No puedo dejar
de decir que, aunque dicha mención ya se
haya convertido en
un cliché, la escena del descenso del
Joker por la escalera
del Bronx con su
traje rojo es uno
de los momentos
cumbre de la película. También aquella de su nerviosa espera
para entrar al foro de
televisión, detrás de la
cortina, es absolutamente genial. Esos
momentos consigo mismo,
sin interactuar con nadie,
son toda una
creación. Eso no es algo
raro, porque Mr. Phoenix ha
probado desde antes que es un
actor de primera
magnitud, pues ya cuenta en su haber con 3 nominacioes al Óscar previamente: Gladiator (Ridley Scott, 2000), Walk the
Line (James Mangold, 2005) y la rara The
Master (2012) junto al también fabuloso Philip Seymor Hoffman. No me explico
por qué no fue
nominado también por Her (Spike Jonze, 2013).
Finalmente, esta lóbrega y lacerante obra maestra, tan al estilo de las pinturas de aquellos tan hermosos pero turbadores santos lacrimosos, es una resignificación de la figura del mártir; de esa pobre víctima de la locura de una civilización profundamente enferma que mira piadosamente arrobada la ascensión de esa especie de ángel caído cuando desde sus alturas, y abismos, de maldad redime simbólicamente a todos los olvidados y a los marginados.
Con esta producción cinematográfica de fulgurante brillo oscuro, como un auténtico agujero negro, se acaba
la 2ª década de un siglo cuyos augurios
son absolutamente
desoladores. No obstante, y
gracias al cine de Mr. Phillips, ya contamos con un nuevo
ícono de culto, ese hipnótico payaso pintarrajeado,
el santo
patrono de la infamia de
celuloide…
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado