viernes, 15 de octubre de 2021

SIN TIEMPO PARA MORIR

 

SIN TIEMPO PARA MORIR Por fin llegó a la pantalla grande este esperado divertimento. No sólo es emocionante, es verdaderamente electrizante y muy emotivo. © Eon Productions / Metro-Goldwyn-Mayer


SIN TIEMPO PARA MORIR / No Time to Die (EE.UU., GB, 2021, Dir. Cary Fukunaga).

Tan arrolladora, impactante y emotiva como cada una de las entregas anteriores, pero con el plus de traernos a un 007 más humano que nunca, con el toque al corazón del estallido final del inconmensurable amor que todo lo sufre y todo lo puede.

El agente 007 es un personaje entrañable que puebla los sueños de salvación a través del poderío y la astucia que emana de una de las figuras cinematográficas más impactantes de la historia del cine. 

Desde la primera secuencia no se nos da tiempo de respiro, pues en un momento, la más vulnerable de las criaturas se ve a merced de uno de los asesinos más letales de la saga. Y no es metáfora, pues la asfixia es real.

Eso es cine de verdadera acción, pues el espionaje y el contraespionaje funden sus límites hasta alcanzar el paroxismo final. Siempre me ha gustado aquella máxima que usan los más agudos críticos y que reza: 

“… y llega hasta sus últimas consecuencias”. 

En los créditos de inicio, el archi famoso tema musical clásico de John Barry, la Suite de James Bond, se mezcla maravillosamente con el tema principal, que esta vez está a cargo de la joven ―apenas cumplirá 20 años el próximo 18 de diciembre ―, y muy popular compositora y cantante Billie Eilish, cuya interpretación es en tempo lento y muy profundo, toda una elegía.

El rudo ojiazul Daniel Craigh logró, bajo las múltiples y acertadísimas direcciones de cada una de las 5 realizaciones  que protagonizó, dotar una vez más, y definitivamente, de una 
alma vibrantemente humana  al más famoso agente secreto de todos los tiempos: “¡Bond, James Bond…!”

Programada para ser estrenada en abril de 2020, su exhibición mundial se tuvo que postergar hasta las postrimerías de este año. Esta larguísima espera bien valió la pena, pues la puesta en pantalla superó todas nuestras expectativas. Ésto sí que  es cine, ésto es divertimento total de primera categoría.

Por el clásico “coche Bond”, el plateado Aston Martin, hasta el vestuario y las locaciones de las ciudades más fabulosas y fiestas de-luxe, con vertiginosas persecuciones automovilísticas, aéreas e inenarrables corretizas ―claro, algunas con grandes explosiones y alardes de arte digital―, asistir a una función del 007 es toda una experiencia.

Las preciosas actrices que interpretan a las “chicas Bond” suelen terminar, en buen número, mistificadas; tan sólo recordad a Úrsula Andress como “Honey Ryder” en Dr. No (1962), a Daniela Bianchi como “Tatiana Romanova” en From Russia With Love (1963); más recientemente a Eva Green como “Vesper Lynd” en Casino Royale (2006) y a Mónica Belucci como “Lucia Sciarra” en Spectre (2015). Como dato curioso, también una mexicana, Stephanie Sigman, ha sido parte de esa deslumbrante colección, pues ella fue “Estrella” en la ya citada Spectre, que por supuesto en su primera parte fue filmada en la Ciudad de México. Esta vez toca a la fantástica, latinísima y muy de moda, Ana de Armas interpretar a “Paloma”, una agente de la CIA que corta la respiración, por letal y por supuesto por guapísima y seductora. Ya la queremos ver de “Marilyn” en la versión cinematográfica (de Netflix) de la celebrada novela de Joyce Carol Oates: la tan llevada y traída Blonde.

La  calidad y despliegue de una gran producción utilizados en las películas protagonizadas por el agente secreto Bond están siempre garantizadas para los amantes cautivos, y para los nuevos seguidores, de este género.

No obstante, 
entre tantos aciertos hay algo que sí le resta un poco de lucimiento al filme. A veces puede haber malas elecciones en el rubro del casting, también aunado a que hasta a los actores más talentosos se pueden equivocar a la hora de elegir un papel. 

Resulta que al torvo villano "Safin" (Rami Malek, oscareado por Bohemian Rhapsody de 2018) le falta mucha  personalidad y fuerza para semejante papel, tanta, que lo compensa con una sobreactuación que raya casi en lo ridículo. En vez de infundir temor lo que provoca es un ataque de risa. Irónicamente, y por el contrario, entender y proyectar el savoir faire (saber hacer/ expertise /“bordar”) al personaje es lo que sobra al doblemente oscareado Christoph Waltz como el malvado “Ernst Stavro” en cuya única secuencia aparece casi tan impactante y siniestro como lo fue Anthony Hopkins (también oscareado) cuando hizo de “Hannibal Lecter” en El silencio de los inocentes (Jonathan Demme, 1991). Finalmente, si no se pone uno muy exigente u ortodoxo, ese detalle no es nada del otro mundo. Cosas del cine.

Mejor aprovechen esta oportunidad y asistan a un complejo cinematográfico (están súper sanitizados) a disfrutar y a pasarla sensacional durante casi 3 horas tan intensas que realmente ni se sienten.

¡Corte y queda…!

MarcH de Malcriado