viernes, 25 de octubre de 2019

JOKER


JOKER "Pon una cara feliz", aunque sea jalando tus comisuras con los dedos. El excelso Joaquin Phoenix en una obra maestra que asombra al mundo. 

© DC Films/ Village Roadshow Pictures/ Warner Bros Pictures






JOKER (Guasón) EE.UU., 2019. Dir. Todd Phillips. Tan sólo el enorme display publicitario preventivo, exhibido en los cines varias semanas antes de su estreno, anunciaba, y vaticinaba, algo que bien podría ir mucho más allá de una simple película sobre cómics. Pues presenta la imagen en escorzo del Joker sobre un fondo verde, con el eslogan “Pon tu mejor cara”. Para mí que esa es una representación postmoderna a modo de las pinturas de los dolientes mártires del período del arte barroco.


Ya sentados en la butaca, con mucho público maquillado ―como una cortesía en el lobby de la abarrotada sala de cine―, al estilo del legendario personaje; todos esperábamos ver otro divertimento insustancial, como siempre. Pero vaya sorpresa, desde la primera secuencia nos vimos frente a algo realmente serio: un hombre torturado, física y psíquicamente, tratando de sobrevivir en Gotham/ Ciudad Gótica, la perfecta alegoría de Nueva York, donde convergen todo tipo de habitantes de diferentes niveles socioeconómicos, desde los más esplendorosos hasta los más miserables. El espiritifláutico y patético comediante sin gracia Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), que se tiene que disfrazar de payaso para trabajar, es un pobre hombre que padece un desorden mental que tiene que ser tratado por el seguro social del Estado con múltiples entrevistas motivacionales, a manera de terapia, y medicamentos, algunos de ellos antipsicóticos. Entre otros padecimientos, tiene uno muy peculiar que le provoca una risa que se convierte en unas carcajadas desaforadas e incontrolables que le dan en momentos de gran tensión nerviosa. Para explicarlo, evitar molestias o peores agresiones, tiene una tarjeta que advierte que padece ataques de risa. Pero esa situación suele ponerlo en peligro o empeorarlo más, porque él usualmente es blanco de burlas y hasta de actos vandálicos.


Todavía  soltero a  los  cuarenta  y  tantos, Arthur vive  en el departamento de su madre. Su  relación  con  ella es  de  una  fortísima codependencia,  en  ambos  sentidos. Pues  no  tienen  a  nadie  más  en  el  mundo. Él se  llena  de  angustia en  una  visita que  hace al  centro  de salud  donde la  trabajadora  social  le anuncia  que  el  Estado  dejará  de tratar a  los  pacientes y que además los dejará sin sus medicamentos;  pero ella  a su  vez  también  se  quedará  sin  trabajo…

La  cinta  ha  creado sensación porque todos sus  valores  cinematográficos  son de excelencia: guión, dirección, arte, vestuario, fotografía, actuaciones, soundtrack y  edición (puedo apostar  que  hasta  el  catering  era  de  primera). Por  si  fuera  poco, es un  raro  estudio ontológico de  personaje, no  solamente psicológico,  porque sin pretenciones estilísticas ni retruécanos  rococó    denuncia sin  concesiones  un  sistema que no da  cabida  a los sectores  de  la  población  más  desprotegidos  y que  termina  desprotegiéndolos  todavía  más,  sobre  todo  a aquéllos  que padecen  enfermedades  crónicas y mentales.  


En el ser humano las constantes frustraciones desembocan en una neurosis mucho más fuerte que la que “normalmente” desarrollamos todos, de una u otra manera. Pero en Arthur la tristeza y la frustración de no tener talento y de no saber ni de dónde viene, aunado a la marginación por ser pobre y vulnerable, pronto se verán potenciadas por otros eventos bastante desafortunados que serán el detonante para que la progresiva e incontenible furia que ha acumulado durante décadas estalle como fuego pirotécnico incendiándolo todo, inclusive la pantalla misma. La violencia va a aflorar con toda la diabólica belleza de la infamia y eso será entonces su leit motiv, el epicentro de su persona y el núcleo de todo su Ser. Nace aquí el antihéroe, el fascinantísimo villano absoluto.



Lo  más  curioso  es  que a  pesar  de  ser  un  personaje  proscrito por  la  sociedad, ésta,  muy al  contrario de  lo  que  pudiera  esperarse,  le  aplaudirá sus  transgresiones y  sus crímenes, porque  se  ha identificado  con  él; a  tal  punto  que van a  tratar de emular  su  imagen y  las  máscaras  serán   su colectivo escudo  protector (¿les  suena  conocido?).  Ahora todos son  jokers.  Así inicia  una  tumultuaria revuelta de protesta en  contra  del  status quo,  que  a  esas  alturas,  la película  se  sitúa  en  1982,  ya está  bastante  deteriorado. Los que  saben acotarían que por  allí se ubican  los  inicios del “neoliberalismo” en  el  que la  población civil  sería  vista y  tratada  como  los simples  peones  del juego sucio de una  economía al  servicio del poder  estatal y corporativo. Pero lo  peor  es  que  la  gente ya comenzaba a darse  cuenta.

  
En  Europa siempre  han  apreciado  mucho  más  las  expresiones  artísticas,  y  a   los  artistas,  que en Estados Unidos.  Fue allá,  en  el más  reciente  Festival  de  Cine  de  Venecia donde la  cinta  Joker fue  galardonada  con  el  “León  de Oro”;  y  ellos  no  se  andan  con payasadas. Muy seguramente Joaquin  Phoenix estará  nominado como  Mejor  Actor  en  los premios “Óscar” de  2020. Pues  su  actuación  es  tan exquisita  y  avasalladora,  que  aun  sin  haber  visto todavía a los  otros  nominados,  excepto  a Leonardo DiCaprio ―que  seguramente lo estará otra  vez  por Había  una vez  en Hollywood (Tarantino,  2019)―, todos nosotros como público y  ellos,  los  expertos  y  los críticos,  estamos de  acuerdo  en  que Phoenix es  quien  lo merece,  por  habernos  arrastrado  a ese  torbellino  de emociones tan  densas  que sin  duda alguna nos ha  dejado de boca  abierta. 

No puedo  dejar  de  decir que,  aunque dicha mención ya  se  haya  convertido  en  un  cliché, la escena del  descenso del  Joker por  la  escalera  del  Bronx con  su  traje  rojo es  uno  de los  momentos  cumbre de  la  película. También  aquella de  su  nerviosa espera  para  entrar  al  foro  de  televisión, detrás  de  la  cortina, es  absolutamente  genial. Esos  momentos  consigo  mismo,  sin  interactuar con  nadie,  son  toda  una  creación. Eso no  es  algo  raro,  porque Mr.  Phoenix ha  probado desde antes que  es  un  actor  de  primera  magnitud,  pues  ya cuenta en  su  haber con  3  nominacioes al  Óscar previamente: Gladiator (Ridley  Scott, 2000), Walk  the  Line (James  Mangold, 2005) y la  rara  The  Master (2012) junto  al también fabuloso Philip Seymor Hoffman. No  me  explico  por qué  no  fue  nominado  también  por Her (Spike Jonze, 2013).


Finalmente,  esta lóbrega y lacerante obra  maestra,  tan al  estilo  de las  pinturas de aquellos tan  hermosos  pero  turbadores santos  lacrimosos, es  una resignificación  de la figura del mártir; de  esa pobre   víctima de  la  locura  de una civilización profundamente  enferma que  mira  piadosamente arrobada  la  ascensión de esa  especie  de ángel caído cuando desde  sus  alturas,  y  abismos, de maldad redime simbólicamente a  todos  los olvidados y a  los marginados.  

Con  esta producción  cinematográfica de  fulgurante  brillo oscuro, como  un  auténtico  agujero  negro,   se  acaba  la 2ª  década de un siglo cuyos augurios son  absolutamente  desoladores. No  obstante, y gracias  al cine de Mr. Phillips,  ya contamos con  un  nuevo ícono de  culto, ese hipnótico payaso pintarrajeado, el santo  patrono  de la infamia de celuloide…

¡Corte  y  queda…!

MarcH  de Malcriado