viernes, 6 de diciembre de 2019

GUADALUPE REYES


GUADALUPE  REYES Más  que  un  duelo de  actuaciones  lo  que  vemos  aquí  es  una mágica conjunción de  talentos, cosa  que  no  veíamos  desde los  míticos Pedro  Infante  y  Luis  Aguilar o desde Gael García  Bernal y  Diego  Luna. Una  película muy mexicana  y  por  lo  tanto  muy gozosa,  muy  chispeante.   
© Filmadora  Nacional /  Imcine / Videocine / 



GUADALUPE REYES México, 2019, Dir. Salvador Espinoza. 

Hace varios meses que no iba al cine totalmente a ciegas a ver una producción mexicana, ni siquiera había visto el tráiler. Así que llegué a comprar mi boleto con la baja expectativa de ver otra historia básica, sosa y aburrida (babosa pues) ―pues yo veo de todo porque amo el cine―. Ya con mi combo de la dulcería me senté en una sala semi vacía con mi cara de “a ver qué tan elemental irá a ser esta cosa…”. 

En la primera secuencia aparece Luis (Martín Altomaro) como un formal contador inmerso en una oficina llena de “Godínez” iguales que él, pero de menor rango. Los gags son tan comunes y vulgares como los otros 2 tipitos (uno de ellos es el omnipresente Paco Rueda que ha estado en todas las cintas nacionales que he visto últimamente), y la verdad es muy chistoso, o por lo menos no es antipático. Pero Altomaro es tan buen actor que pronto se interesa uno en su personaje. 

En la segunda secuencia introductoria aparece Hugo (Juan Pablo Medina), un jetsetter muy sibarita al estilo mitad Mauricio Garcés mitad Julio Alemán en “Johnny Dínamo”, en un hotel boutique de la Riviera Maya celebrando sus 40 años con una corte de “amiguisnobs” pero “millennials”, que a su vez lo ven a él como un “chavorruco”. 

Son 2 personajes tan disímbolos que orbitan en mundos muy diferentes, pero que increíblemente resultan ser los antiguos mejores amigos de la universidad. Después de diez años de no verse, Hugo le propone a Luis pasar juntos todo el maratón Guadalupe-Reyes celebrando y bebiendo en una fiesta total desde el 12 de diciembre hasta el 6 de enero. Luis que está casado, tan juicioso y cuadrado como es, de entrada rechaza la propuesta, pero unas horas después se le presenta un evento familiar tan imprevisto y demoledor que para asimilarlo y escapar un poco de su realidad decide aceptar y probar suerte en las andanzas. Sólo es cuestión de recordar cómo era de más joven… y volver a vivirlo. 

Altomaro y Medina son un par de actores muy carismáticos que tienen muchísimas tablas; juntos forman una mancuerna que destila una simpatía enorme. La química entre ellos es formidable. A pesar de que sus aventuras son bastante básicas y predecibles, la sorprendente maestría del director (en esta su opera prima), los actores de soporte ―entre los que están los consagrados Ofelia Medina (reverencia) y Juan Carlos Colombo, nada más…―, el sonido, el soundtrack, la edición y la notable fotografía de Daniel Jacobs llena de glamour, hacen de esta comedia un símil que bien pudiera equipararse a muchas comedietas del estilo “bocado de cardenal” del cine francés, de ésas que suelen presentarse en sus últimas muestras. 

Guadalupe Reyes no solamente es divertida, sino que en realidad el argumento escrito por Erik Zuckerman, Harold Rumpler y Marcos Bucay, está lleno de diálogos emotivos y muy profundos (pero sin excesos rococó), que en momentos resultan medio filosóficos, bastante serios y hasta catárticos. La puesta en pantalla es, valga la redundancia, apantallante, pues lo mismo va de las tomas en la bellísima costa del Caribe mexicano, que a bares y restaurantes muy “nice” de la CDMX (excepto la secuencia en la pulquería, que no obstante también es encantadora), igual a las oficinas de un edificio corporativo muy elegante y demás locaciones en Santa Fé; además cuenta con un vestuario muy de vanguardia cuando las secuencias así lo ameritan. 

Un gran divertimento muy como para el público machín (¡por fin…!), porque solamente los hombres nos identificamos con semejantes personajes tan cínicos y “desmadrosos”, pero muy “netos” y “valedores”, eso sí . Total, que quedé gratamente sorprendido y encantado de haber ido a ver un filme nacional de muchísima más calidad de la que me esperaba. Tanto, que fácilmente la puedo poner junto a las Niñas bien, Una dulce familia y Mentada de padre (que no les he reseñado todavía) como las mejores comedias del año. Las de Higareda con Chaparro no cuentan en esa categoría por obvias razones. 

Guadalupe Reyes para nada es un “churro”, se los garantizo. Además, si lo fuese, les aseguro que hay cosas peores que hemos visto, pero aducimos o presuponemos que no lo son bajo el supuesto de que son made in Jólibutt. La verdad es que no por ser filmes extranjeros ya son en sí mismos una garantía de calidad cinematográfica. Me da mucho gusto que en México se siga filmando, ¡y bien…! (Por cierto, al final varias personas del público aplaudieron). 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

lunes, 2 de diciembre de 2019

UN DÍA LLUVIOSO EN NUEVA YORK

UN  DÍA  LLUVIOSO  EN  NUEVA YORK Ha  sido  criticada como  una obra  muy  menor de  Woody  Allen. Es  lógico  y  natural que  no  sea Annie  Hall, Manhattan Zeling  o  Hanna  y  sus  hermanas,  pero  aun  así es  muy  superior al 90% de lo  que se  puede  ver actualmente  en  las  salas de  cine.    ©Amazon  Studios


UN DÍA LLUVIOSO EN NUEVA YORK (A Rainy Day in New York) EE.UU., 2019, Escrita y dirigida por Woody Allen. 



Muchos dicen que Woody Allen está  en  decadencia y  que desde hace mucho se  encuentra a años luz del rutilante guionista y director que fue; sin embargo, si lo que la industria de Hollywood nos presenta cada año tuviera la vigésima parte de la calidad de la menos excelsa de las películas “allenianas” otra visión  y  cultura cinematográfica  hubiéramos  desarrollado y no tendríamos la  necesidad casi  compulsiva de  ir a ver esas porquerías del estilo de Fast n´ Furious 25 ó Terminator: Destino Oculto (Tim Miller, 2019), que ya también fui a ver pero cuya "critireseña" no he escrito porque hasta vergüenza me da  tener que despedazar ciertos filmes (o lo que sea que fueren semejantes bodrios), de veras. 



Pero bueno, Un día lluvioso en Nueva York quizás no sea tan fabulosa como Café Society (Woody Allen, 2016), pero en  muy poca medida,  tan sólo como una media estrella (y me refiero a cuando yo calificaba con "estrellas"  los filmes); pues ésta,  su entrega más reciente, es de una exquisitez increíble. Inclusive,  con ese sorpresivo desfile de personajes especiales me recordó a la maravillosa Medianoche en París (Woody Allen, 2011). 

Como siempre, los argumentos del maestro Allen versan sobre la ironía de las relaciones de pareja, las vicisitudes de su cotidianeidad,  sus sempiternas  traiciones y sus crisis.  Para  filmar ese  tipo  de temas  no recuerdo a ningún director estadounidense que se  le  equipare,  ni  antes  ni  después, y que tenga esa  graciosa  y  profunda ironía combinada con un  demoledor humor negro.  Después  del  shock inicial,  y al  final  de tan corrosiva visión el resultado  de sus poemas cinematográficos siempre es una  toma  de  conciencia que  fluye y  se posa suavemente en la  realidad  de los  actantes,  sin  efectismos  ni grandilocuencias  pretenciosas. Este perfecto arco dramático  permite  a los protagonistas centrarse  en  la  exacta  dimensión que deben  tener para  la  consecución  del equilibrio  y la  realización  personal de  su  propio y  único destino.  Tal vez en el cine europeo precisamente ése haya  sido desde siempre el leitmotiv de los grandiosos, aunque realizado de  diferentes  formas; tan sólo recordad a Antonioni, Bergman, Chabrol y  Fassbinder, por mencionar solamente a unos cuantos de  los directores más clásicos… 



La universitaria Ashleigh (Elle Fanning), una rubia tonta tonta, pero no tanto, tiene que ir a Manhattan a entrevistar a uno de los directores más famosos del mundo: Roland Pollard (Liev Schreiber) que le concederá una  audiencia únicamente de una hora en  la  suite  de  su  hotel; pero ¡guauuu...!, como ella es joven y bonita, se llama casi como su ex esposa y le resulta muy  chistosa  e  ingenua, además de sumamente inexperta y manipulable, le suelta  una  bomba: la primicia de  una  noticia  que ni los periodistas más voraces pudieran haber soñado obtener jamás ―porque es  muy  personal,  y según él no se lo merecen y están muy contaminados―. La  verdad es  que  la  escuincla  le  parece la mar de atractiva,  y es por  ello que el  movimiento #MeToo,  esa versión postmoderna de la  "Santa  Inquisición", ve como  algo  muy aberrante y  patológico expresar la naturalísima atracción sexual, sobre  todo  si  entre  los  actantes  media  una  decena,  o  varias, de años  de  diferencia en  edades,  en  este  caso cincuenta  y  veinte... y la  cosa  no  para  allí,  porque  hay  otro  personaje  que  le  dobla  la  edad, también interesado  en  ella sexualmente,  ¿raro asunto,  no...? ¡Qué  cosas...! 

Para empeorar la trama, es precisamente allí, en este punto de la confesión íntima del maduro director, que deducimos usa solamente como  un "anzuelo", que comienzan una serie de sorpresas, enredos, malos entendidos y descubrimientos del pasado. Primeramente que con todos los demás, con el propio novio de Ash, ese joven fuera de serie llamado Gatsby (Timothée Chalamet, un súper rising star que ya hemos visto grandioso en otras películas, como Llámame por tu nombre de Luca Guadagnino, 2017), quien en  definitiva por su adoración, es el que la lleva y paga el viaje hasta "La Gran Manzana".

Además  de Jude  Law y Diego  Luna,  que  aparece como  latin  lover de la  pantalla,  por  allí  se  encuentra también la  muy linda  y latina Selena  Gómez, cuyo  papel  de chiquilla  caprichosa  le  queda  muy  ad hoc,  pues con  sus  mohines y su  vocecita  ronca  a lo  Laura San  Giacomo, fue  para  mí toda una  revelación  maravillosa e  inusitada (nunca  antes  la  había  visto  actuar  y  vaya que no es del  todo  mala,  hasta  resulta  simpática) que terminó  por  conquistarme  todavía  más,  pues  como la  cantante de  pop que  ya es me  encantaba, y precisamente  por éso,  por  chiqueona;  ¿así  se  dirá ese algo que está  entre lo mimada y lo ladina?



Hay mucha gente que me ha dicho que no le entiende al cine de Woody Allen, quizás los confundan tantas referencias filosóficas y de la llamada “alta cultura” que manejan sus personajes, aunado todo a la ironía o lo vitriólico de su crítica social. La verdad no es para nada complicado. Para ver un cuadro de Rothko o de Vincent van Gogh no necesita uno saber pintar ni de pintura, al igual que para leer a Virginia  Woolf, a Sylvia Plath o a Hemingway no necesita uno ser literato. ¿O qué,  si uno no sabe de música eso sería impedimento para disfrutar de la música de Mozart o de Häendel…? La cuestión es no ponerse  barreras,  abrir  la  mente ―sobre  todo despojarse  de  prejuicios― y decidir si a uno le gusta gusta o no. 



La cámara de Vittorio Storaro hace de Nueva York ―constantemente fotografiado y refotografiado hasta el hartazgo― algo bello y bastante chic,  provocando que  nos resulte tan entrañable como siempre, pues en  las  películas de  Woody  Allen Manhattan es en sí misma otro personaje más,  el que contiene a  los  otros. Luego  entonces,  como  su  título  lo  dice, es allá donde se  escenifican esta serie de eventos,  de encuentros y desencuentros que hacen totalmente deliciosa esta magnífica historia sobre la toma  de  conciencia y la absoluta resignificación de la vida y  el  amor,  o los amores... 



Los expertos podrán pontificar lo que quieran y rociar con ácido los postreros filmes del  "decadente octogenario" Allen, como  lo  han  llamado, pero  yo  me pregunto: ¿cómo  se  verían  todos  ellos si a los 84  años todavía pusieran  en  pantalla sus  propios  guiones?  A  pesar  de esos pretenciosos juicios sofistas, honestamente yo prefiero ir ver a  Allen cien veces antes que asistir a esas espectaculares mega producciones bastante  huecas,  y tontas,  de  corretiza  interminable y  explosiones de puros Fx (en las que por lo general nadie actúa y prácticamente no hay argumento).  Sí, esos "churros" infames que abarrotan varias salas del mismo complejo cinematográfico al mismo tiempo, sin  dejar lugar  a  otras  opciones de mucho  mejor calidad, ¡horror…!  Yo por  éso mejor  me   quedo  con lo  que  sí  es arte,  aunque éste esté confinado  a las  casi  siempre  vacías  salas  de  arte, que por  cierto son  cada  vez  más  escasas.  



Por  sobre  todas  las  cosas,  claro  que  me  quedo  con  el  arte,  aunque tienda  a  ser repetitivo  y  autoreferencial (esas sentencias usualmente  son por  demás  exageradas). La  obra  de los  grandes  maestros  siempre  lleva  su firma necesaria e invariablemente, pues de  manera  irremisible conserva  una  línea  que  los  identifica  perfectamente.  Atrévanse a ver las películas de Woody Allen, ya verán que para  nada son aquellos complicados rompecabezas  que  suponen  que  son,  porque  al final solamente hablan sobre las  cosas  de la vida, de  ustedes, de mí, de todos nosotros… 



¡Corte y queda…! 



MarcH de Malcriado