UN DÍA LLUVIOSO EN NUEVA YORK (A Rainy Day in New York) EE.UU., 2019, Escrita y dirigida por Woody Allen.
Muchos dicen que Woody Allen está en decadencia y que desde hace mucho se encuentra a años luz del rutilante guionista y director que fue; sin embargo, si lo que la industria de Hollywood nos presenta cada año tuviera la vigésima parte de la calidad de la menos excelsa de las películas “allenianas” otra visión y cultura cinematográfica hubiéramos desarrollado y no tendríamos la necesidad casi compulsiva de ir a ver esas porquerías del estilo de Fast n´ Furious 25 ó Terminator: Destino Oculto (Tim Miller, 2019), que ya también fui a ver pero cuya "critireseña" no he escrito porque hasta vergüenza me da tener que despedazar ciertos filmes (o lo que sea que fueren semejantes bodrios), de veras.
Pero bueno, Un día lluvioso en Nueva York quizás no sea tan fabulosa como Café Society (Woody Allen, 2016), pero en muy poca medida, tan sólo como una media estrella (y me refiero a cuando yo calificaba con "estrellas" los filmes); pues ésta, su entrega más reciente, es de una exquisitez increíble. Inclusive, con ese sorpresivo desfile de personajes especiales me recordó a la maravillosa Medianoche en París (Woody Allen, 2011).
Como siempre, los argumentos del maestro Allen versan sobre la ironía de las relaciones de pareja, las vicisitudes de su cotidianeidad, sus sempiternas traiciones y sus crisis. Para filmar ese tipo de temas no recuerdo a ningún director estadounidense que se le equipare, ni antes ni después, y que tenga esa graciosa y profunda ironía combinada con un demoledor humor negro. Después del shock inicial, y al final de tan corrosiva visión el resultado de sus poemas cinematográficos siempre es una toma de conciencia que fluye y se posa suavemente en la realidad de los actantes, sin efectismos ni grandilocuencias pretenciosas. Este perfecto arco dramático permite a los protagonistas centrarse en la exacta dimensión que deben tener para la consecución del equilibrio y la realización personal de su propio y único destino. Tal vez en el cine europeo precisamente ése haya sido desde siempre el leitmotiv de los grandiosos, aunque realizado de diferentes formas; tan sólo recordad a Antonioni, Bergman, Chabrol y Fassbinder, por mencionar solamente a unos cuantos de los directores más clásicos…
Como siempre, los argumentos del maestro Allen versan sobre la ironía de las relaciones de pareja, las vicisitudes de su cotidianeidad, sus sempiternas traiciones y sus crisis. Para filmar ese tipo de temas no recuerdo a ningún director estadounidense que se le equipare, ni antes ni después, y que tenga esa graciosa y profunda ironía combinada con un demoledor humor negro. Después del shock inicial, y al final de tan corrosiva visión el resultado de sus poemas cinematográficos siempre es una toma de conciencia que fluye y se posa suavemente en la realidad de los actantes, sin efectismos ni grandilocuencias pretenciosas. Este perfecto arco dramático permite a los protagonistas centrarse en la exacta dimensión que deben tener para la consecución del equilibrio y la realización personal de su propio y único destino. Tal vez en el cine europeo precisamente ése haya sido desde siempre el leitmotiv de los grandiosos, aunque realizado de diferentes formas; tan sólo recordad a Antonioni, Bergman, Chabrol y Fassbinder, por mencionar solamente a unos cuantos de los directores más clásicos…
La universitaria Ashleigh (Elle Fanning), una rubia tonta tonta, pero no tanto, tiene que ir a Manhattan a entrevistar a uno de los directores más famosos del mundo: Roland Pollard (Liev Schreiber) que le concederá una audiencia únicamente de una hora en la suite de su hotel; pero ¡guauuu...!, como ella es joven y bonita, se llama casi como su ex esposa y le resulta muy chistosa e ingenua, además de sumamente inexperta y manipulable, le suelta una bomba: la primicia de una noticia que ni los periodistas más voraces pudieran haber soñado obtener jamás ―porque es muy personal, y según él no se lo merecen y están muy contaminados―. La verdad es que la escuincla le parece la mar de atractiva, y es por ello que el movimiento #MeToo, esa versión postmoderna de la "Santa Inquisición", ve como algo muy aberrante y patológico expresar la naturalísima atracción sexual, sobre todo si entre los actantes media una decena, o varias, de años de diferencia en edades, en este caso cincuenta y veinte... y la cosa no para allí, porque hay otro personaje que le dobla la edad, también interesado en ella sexualmente, ¿raro asunto, no...? ¡Qué cosas...!
Además de Jude Law y Diego Luna, que aparece como latin lover de la pantalla, por allí se encuentra también la muy linda y latina Selena Gómez, cuyo papel de chiquilla caprichosa le queda muy ad hoc, pues con sus mohines y su vocecita ronca a lo Laura San Giacomo, fue para mí toda una revelación maravillosa e inusitada (nunca antes la había visto actuar y vaya que no es del todo mala, hasta resulta simpática) que terminó por conquistarme todavía más, pues como la cantante de pop que ya es me encantaba, y precisamente por éso, por chiqueona; ¿así se dirá ese algo que está entre lo mimada y lo ladina?
Para empeorar la trama, es precisamente allí, en este punto de la confesión íntima del maduro director, que deducimos usa solamente como un "anzuelo", que comienzan una serie de sorpresas, enredos, malos entendidos y descubrimientos del pasado. Primeramente que con todos los demás, con el propio novio de Ash, ese joven fuera de serie llamado Gatsby (Timothée Chalamet, un súper rising star que ya hemos visto grandioso en otras películas, como Llámame por tu nombre de Luca Guadagnino, 2017), quien en definitiva por su adoración, es el que la lleva y paga el viaje hasta "La Gran Manzana".
Además de Jude Law y Diego Luna, que aparece como latin lover de la pantalla, por allí se encuentra también la muy linda y latina Selena Gómez, cuyo papel de chiquilla caprichosa le queda muy ad hoc, pues con sus mohines y su vocecita ronca a lo Laura San Giacomo, fue para mí toda una revelación maravillosa e inusitada (nunca antes la había visto actuar y vaya que no es del todo mala, hasta resulta simpática) que terminó por conquistarme todavía más, pues como la cantante de pop que ya es me encantaba, y precisamente por éso, por chiqueona; ¿así se dirá ese algo que está entre lo mimada y lo ladina?
Hay mucha gente que me ha dicho que no le entiende al cine de Woody Allen, quizás los confundan tantas referencias filosóficas y de la llamada “alta cultura” que manejan sus personajes, aunado todo a la ironía o lo vitriólico de su crítica social. La verdad no es para nada complicado. Para ver un cuadro de Rothko o de Vincent van Gogh no necesita uno saber pintar ni de pintura, al igual que para leer a Virginia Woolf, a Sylvia Plath o a Hemingway no necesita uno ser literato. ¿O qué, si uno no sabe de música eso sería impedimento para disfrutar de la música de Mozart o de Häendel…? La cuestión es no ponerse barreras, abrir la mente ―sobre todo despojarse de prejuicios― y decidir si a uno le gusta gusta o no.
La cámara de Vittorio Storaro hace de Nueva York ―constantemente fotografiado y refotografiado hasta el hartazgo― algo bello y bastante chic, provocando que nos resulte tan entrañable como siempre, pues en las películas de Woody Allen Manhattan es en sí misma otro personaje más, el que contiene a los otros. Luego entonces, como su título lo dice, es allá donde se escenifican esta serie de eventos, de encuentros y desencuentros que hacen totalmente deliciosa esta magnífica historia sobre la toma de conciencia y la absoluta resignificación de la vida y el amor, o los amores...
Los expertos podrán pontificar lo que quieran y rociar con ácido los postreros filmes del "decadente octogenario" Allen, como lo han llamado, pero yo me pregunto: ¿cómo se verían todos ellos si a los 84 años todavía pusieran en pantalla sus propios guiones? A pesar de esos pretenciosos juicios sofistas, honestamente yo prefiero ir ver a Allen cien veces antes que asistir a esas espectaculares mega producciones bastante huecas, y tontas, de corretiza interminable y explosiones de puros Fx (en las que por lo general nadie actúa y prácticamente no hay argumento). Sí, esos "churros" infames que abarrotan varias salas del mismo complejo cinematográfico al mismo tiempo, sin dejar lugar a otras opciones de mucho mejor calidad, ¡horror…! Yo por éso mejor me quedo con lo que sí es arte, aunque éste esté confinado a las casi siempre vacías salas de arte, que por cierto son cada vez más escasas.
Por sobre todas las cosas, claro que me quedo con el arte, aunque tienda a ser repetitivo y autoreferencial (esas sentencias usualmente son por demás exageradas). La obra de los grandes maestros siempre lleva su firma necesaria e invariablemente, pues de manera irremisible conserva una línea que los identifica perfectamente. Atrévanse a ver las películas de Woody Allen, ya verán que para nada son aquellos complicados rompecabezas que suponen que son, porque al final solamente hablan sobre las cosas de la vida, de ustedes, de mí, de todos nosotros…
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado
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