PARÁSITOS (Parasite) Corea del Sur, 2019. Dir. Productor y guionista, Boong Jon Ho. Ésta no es una película, es el código QR de una historia sin fin, ni principio. Es el retrato del absurdo que Schopenhauer diagnosticó allá en la Alemania del siglo XIX: "Pocas veces pensamos en lo que tenemos, pero siempre en lo que nos falta". Curiosamente, resultó ser la mejor película del 2019. La Palma de Oro de Cannes y el Óscar de Hollywood lo certifican, muy justificada y asertadamente.
Érase que se era una vez, en la moderna Seúl, que la bella e idílica familia Park habitaba en una casa-paraíso en la zona residencial más exclusiva de la ciudad. Como contraparte, otra familia vivía en una pestilente casucha de los suburbios. Ya sabemos: las 2 conformadas por el papá, la mamá, y los hijos. El laboratorio de las aplastantes diferencias socio-económicas de la postmodernidad los junta en un momento dado y todo corre como un plácido río de la pradera del mutuo beneficio y la amistad, hasta que por allá, a lo lejos en el horizonte, se vislumbra una enorme nube de rocío. Zoom-in, es una catarata, una fatídica catarata de mil metros de profundidad. El abismo es a donde se dirige la cinta yate-de-placer, con las circunstancias y los sueños de todos los pasajeros-personajes.
Nada hay nuevo bajo el sol. Los argumentos definen el género de la producción: comedia, melodrama, suspenso, horror, horror gore, etcétera. La diferencia es que el director Jon Ho es un genio y combina todos los elementos. Sabe llevar al público a donde le da la gana y como le da la gana; no admite edulcorantes, no hay piedad para nadie, ni dentro ni fuera del set.
Nosotros, los espectadores, quedamos atónitos. Hace mucho que no veía una película así de terrible… Tal vez desde Irreversible (Gaspar Noé, 2002).
De suspenso a lo Hitchcock, con la profundidad de Bergman y la locura de Tarantino, esta es una perla negra procedente de la península coreana bañada por el Mar Amarillo y el Mar del Japón. Una obra maestra.
No alcanzo a describirla, excepto que es todo un tour de force a la velocidad de una rollercoaster. Podría decir que una vez más parte del cine asiático es una potencia de belleza, calidad y genialidad. Por ningún motivo habríamos de perdérnosla. Yo la tengo que volver a ver… varias veces más.
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado
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