TOY BOY Carlo Costanzia hace de su personaje Jairo, tan sexy como emotivo, uno de los grandes consentidos de esta epidérmica serie. © Atresmedia/ Netflix |
TOY BOY (Dir. Iñaki Mercero / Javier Quintas, Prod. Atresmedia para Antena 3, España, 2019).
Yo la hubiera intitulado, después de su título original, claro está como: QUÉ CALOR EN MARBELLA, MEJOR BAILO EN TANGA, en serio.
El varón como ente erotizado y erotizante se oferta hoy en un creciente mercado multisexual ávido de belleza, de híper masculinidad y hasta de nuevas sensaciones y emociones. Con la apertura de la nueva mentalidad que ha derribado los tabúes que obligaban a todos a ocultar sus gustos, por más “secretos” que estos fueran, ahora todo se vale. Ya no hay secretos. El hombre ya no es solamente el macho de las 3 "f": feo, fuerte y formal que solía ser antes ―al estilo del inspector de la policía, Mario Zapata, que hace aquí el magnífico Pedro Casablanc― o que socioculturalmente se veía obligado a ser, pues en la actualidad el culto a la hermosura y a la juventud está en pleno auge y no excluye a nadie.
TOY BOY Los hombres apolíneos como objetos sexuales están al alcance de la mano de quien pueda pagarlos. © Atresmedia/ Netflix |
La reciente teleserie, actualmente exhibida mundialmente en Netflix: Toy Boy, es un thriller policíaco que cuenta la historia de un estríper, en muchas ocasiones confundido o malamente denominado como “prostituto”, con la misma connotación negativa que también conllevan las chicas, o señoras sexoservidoras. Cuestión que entonces lo pone en desventaja al ser prejuzgado y juzgado como alguien intrínsecamente malo, proscrito. Sin embargo, e irónicamente ya no es nada raro para nadie que alguien de cualquier sexo alquile los servicios de alguien más, también de cualquier sexo… para pasarla bien si tiene con qué pagar.
Así la Macarena (Cristina Castaño, hermosa donde las haya), una empresaria archimillonaria, tiene bajo su “protección” a Hugo (Jesús Mosquera, cuya actuación es espléndida tomando en cuenta que procede del medio futbolístico) su macho de alquiler. El Huguín, que por las noches baila en un chóu de encueradones, y que es y está más bueno que el pan, vive como en un sueño mágico bajo los reflectores, la luna o el sol de la playa ―según la hora―, pero pronto se ve involucrado en un terrible crimen. Lo que pareciera una vulgar historieta de “putillos de la noche” es una espectacular intriga mucho más interesante de lo que pareciera ser. No hay allí desperdicio alguno, pues la opulencia de-luxe convive con la pobreza, y al mismo tiempo con abogados y la policía, todo en un mismo y soleadísimo paraíso. Las relaciones familiares, la seguridad y la protección que se deben, son muy fuertes, pero en algunos casos también son muy laxas. La búsqueda de presuntos culpables es exhaustiva mientras nos deleitamos con magníficos números de streaptease varonil elaboradísimos, muy sofisticados de verdad, y ejecutados por verdaderos living dolls que cobran bastante caro. Lo que hagan ellos después del espectáculo es su libre desición, y vaya que hacen muchas cosas...
Mención aparte requiere una asombrosa coreografía vamp que por sí misma bien podría valer como un hito, sin antes ni después, en la televisión. Pero cuidado, nada es lo que parece, y al llegar al capítulo final de esta primera temporada nos queda un regusto amargo, agridulce y a la vez tan salado como el mar. Pero también queda uno muy satisfecho de haber visto una serie de 13 episodios con grandes actores y realizada con excelente calidad, de veras.
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado
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