sábado, 17 de julio de 2021

EL DIABLO ENTRE LAS PIERNAS

EL DIABLO ENTRE LAS PIERNAS Es una cubetada de agua helada sobre un público que no se haya acercado antes a las películas de Ripstein. Pues los agarra desprevenidos e indefensos ante el mórbido retrato de la decadencia que les espera, si es que tienen la suerte de llegar a viejos…
© Alebrije Cine y Video/ Oberon Films




EL DIABLO ENTRE LAS PIERNAS (México, 2019. Dir. Arturo Ripstein) Esta producción bien pudiera intitularse "Dios entre las piernas", si la denostación machista sobre el sexo femenino no lo considerara como el vórtice del “pecado” ―tolerado y necesario únicamente para la reproducción y sólo desde y hasta cierta edad―, cosa que seguramente no cambiará en nuestra cultura judeo-cristiana jamás. El sexo, que siempre se encuentra entre las piernas, sigue siendo la más grande de las obsesiones humanas; sin embargo, es un verdadero tabú, sobre todo cuando lo practican aquellos seres humanos que ya no son jóvenes, los que son viejos, los muy eufemísticamente llamados de la 3ª edad.

Es muy difundida la idea de que muchas mujeres después de la menopausia, y casi de un día para otro, pierden su interés por el sexo; los hombres dejan de importarles, ya sea porque son viudas, separadas, divorciadas o porque ya están hartas de sus maridos. Yo creo que es más bien un mecanismo de defensa, una especie de resignación ante el hecho de ya no ser consideradas como objetos de deseo, porque creen que pierden su atractivo, y porque se sienten incapaces de competir con las mujeres jóvenes; claro, no lo sé a ciencia cierta pero me atrevo a especular porque algunas de mis contemporáneas desde hace tiempo me han confesado que se sienten disminuidas y humilladas porque los hombres “ya nos las ven”, porque las que acaparan las miradas ahora son sus hijas… ¿será porque todo es cuestión de autoestima? 

Por el otro lado, y la mera verdad,  es que los hombres solemos ser bastante desagradables para ellas (y su misantropía es bastante entendible) porque somos egoístas, insoportables y aunque ya mayores sequimos siendo inmaduros, a veces hasta medio infantiloides y básicos. Además de que con la edad se nos acusan esas características, para colmo nos volvemos bien cascarrabias, total, unas monadas... ¡unos verdaderos neuróticos! Pero al mismo tiempo, los varones casi nunca perdemos la libido y el vigor viril se nos va extinguiendo muy poco a poco; inclusive, el proceso puede durar varias décadas. Es por éso no dudamos nunca en poner a prueba a cada rato nuestra autoestima, basada en nuestra "capacidad de seducción", de allí los tan famosos dichos: “viejo cochino”, “vejete rabo verde” y así…

En este nada halagüeño marco biológico y socio-cultural se inserta esta increíble y estridente película, que en vez de mostrar a un par de dulces viejecitos, todos apacibles y amorosos, nos enfrenta a una pareja de septuagenarios desgarrados, en la que la señora no ha perdido para nada el apetito sexual, habiendo sido, desde antes y para siempre, una verdadera mujer gozosa de serlo con todos los furores intrauterinos intrínsecos de su género y de su orientación sexual. Tal vez en psiquiatría hasta podría ser diagnosticada como una ninfómana, no lo sabemos. Su señor la llama de  otra forma... 

En total contraposición está “el Viejo” (el genial Alejandro Suárez), su marido, que bien frustrado y torturado por sus recuerdos, por su inseguridad, su incipiente disfunción eréctil y locura senil, está celoso y resentido porque su mujer era, y sigue siendo, una criatura hermosa e hipersexuada. La escena del dildo no tiene parangón y es sublime. De hecho, desde el momento en que “el Viejo” descubre dicho artefacto en el ropero de su esposa, ya es bastante perturbadora; pero cuando por último termina por cumplir su función, un estallido de morbo inunda la sala y los espectadores quedamos absolutamente pasmados. Y yo que creía que Fassbinder era el director más atrevido de todos.

¡Púmbale, y nos cae la bomba…! Así es Ripstein, nuestro guía de los tours a través de los inframundos humanos, ésos a los que muy pocos cineastas se atreven a entrar.

Si el argumento de Paz Alicia Garciadiego, como siempre, ya de por sí es brutal, la magistral fotografía de Alejandro Cantú, en blanco y negro de esa casa sombría, llena de pasillos y habitaciones de extraña y vetusta decoración que hacen del ambiente algo mucho más fantasmagórico y sofocante, vuelven todo el asunto  casi insoportable. La tensión de la cámara subjetiva que persigue al Viejo en su deambular por los espacios, abigarrados y oscuros, hasta que se encuentra con ella, la siempre anhelante y viva “Beatriz”, tan sufrida y resignada, la pobre víctima de un demencial ying-yang que los martiriza y los devora a ambos desde siempre, nos seca la boca.

La actuación de Sylvia Pasquel como la inaudita e inédita “Beatriz”, es absolutamente deslumbrante, porque puso todo su talento a disposición del más iconoclasta y tenebroso realizador que haya existido en México después de Adolfo Best Maugard. Lo mismo impacta inmóvil recostada en su cama, sufriendo en silencio las vejaciones de su loco marido, que con sus devaneos y entallado vestido, bailando en el Salón de Tango “Lucila”, a donde archi guapa, soñadora y lúbrica se escapa, empeñada en seducir a su compañero de baile.

Patricia Reyes Espíndola, como la peluquera también está de premio. Definitivamente, Arturo Ripstein es un director de actrices, pero de las más excelsas, no cabe duda. Tan sólo recordad Las razones del corazón (Ripstein, 2011) ―ya reseñada por aquí hace un tiempo―, con la recientemente ovacionada y gloriosa Arcelia Ramírez en el LXXIV Festival de Cannes, nada más ni nada menos…

Con un cine de culto únicamente para públicos ya iniciados y altamente sofisticados, ésos de sala de arte o de la Cineteca Nacional, Arturo Ripstein en cada entrega se supera a sí mismo y nos embelesa con la belleza del Diablo, que es aquél a quien finalmente, todos llevamos dentro, pero nos negamos a aceptar. Ésta es la más transgresora, sórdida y terrible, pero por ello la mejor película mexicana de autor que se haya proyectado en la pantalla en los últimos años. ¡Bravo maestro, bravo…!

¡Corte y queda…!

MarcH de Malcriado

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