miércoles, 13 de marzo de 2019

GREEN BOOK

GREEN BOOK Una historia de segregación que enmarca la  actuación de  dos  actores  portentosos.  Nominada  por  la  Academia  de  Hollywood también  por  Mejor  Montaje.  Es  un  viaje  inolvidable  al  corazón  de  los  Estados Unidos. Imagen: ©  Dreamworks Pictures/ Universal Pictures


GREEN BOOK: Una  amistad  sin  fronteras.(EE.UU., Dir. Peter Farrel, 2018).

Los EE.UU., coloso mundial, la “Tierra de Libertad”, donde todos llegaron de todos lados para cumplir el “Sueño americano”. ¡Ah!, qué hermoso país, ése cuya grandeza se basó en el trabajo, el progreso, el imperialismo yanqui, y claro, también en la usurpación de territorios y en la trata de esclavos. La verdad la situación no ha cambiado mucho, pero ahora lo hacen con disimulo, pues ya se dieron cuenta que hay  un  nuevo  concepto  llamado  “derechos humanos” ―y los observadores e instituciones que velan por ellos―, los que hasta hace muy pocas décadas, bastante menos de 6 por cierto, eran prácticamente inexistentes o muy laxas. Es que el odio, principalmente hacia los negros allá era muy evidente. La enquistada xenofobia sigue latente. De cualquier forma los WASP (White Anglo-saxon protestant/ persona de origen anglosajón <<del norte de Europa>> y de religión protestante) no querían ni respetaban a los que no eran otros “wasp”. Pero la cosa no se quedaba allí: siempre ha sido lo usual ver a  los “Irish or Scotish vs Italians”, por ejemplo. El recelo de los italianos hacia los irlandeses y viceversa, y éstos a su vez con los latinos y así, todos contra todos. Es decir, una interesante xenofobia multidireccional. Con el gobierno de su actual e infausto presidente, el fenómeno se detona otra vez,  y  la problemática del supuestamente  erradicado racismo, se  instaura en  muchos estados  de la  Unión,  y  por  increible que  sea, de una manera explosiva y expansiva. Pero mejor veamos.

En los tempranos años de 1960 con movimientos como los de los hermanos Kennedy, Martin Luther King y otros militantes, se comenzaron a izar las banderas de la libertad, no confundir con la Independencia del país en 1776, no. Nos referimos a la de a de veras, la que incluía a las quesque minorías, que de minorías no tienen nada: la población negra, mediterránea, asiática, latina, homosexual y otras.

El llamado “Green Book” (Libro verde) era la guía para el viajero afroamericano que detallaba los lugares permitidos de hospedaje para ellos, además de restaurantes y centros nocturnos de las principales ciudades. Porque, para quienes no lo sabían, los negros antes no eran admitidos en cualquier lugar. Tenían que dedicarse a ciertas labores, vivir en una especie como de ghettos, su acceso a la educación media o superior estaba muy limitada; debían ocupar la parte trasera de los autobuses urbanos y foráneos y demás “gentilezas”. Pero como siempre han sido excelentes artistas, ¿qué cosas, no?, sí podían ir a cantar o tocar a cabarets para blancos y dar allí sus chóus, pero ni pensar en sentarse allí a cenar o tomar una copa.

En 1962, Don Shirley (Mahershala Ali), un exquisito pianista negro de Nueva York, sale de gira a la “América profunda”, esa que no es tan moderna, progresista ni de avanzada, esa América que está bastante atrasada, la que es mucho más prejuiciosa, temerosa, insegura, supersticiosa, atávica pero disfrazada de tradicionalista; en una palabra: la más hipócrita. Lo lleva en el tour Tony (Viggo Mortensen) un chofer italoamericano muy sangrón, sin educación y la mar de burdo. El choque de culturas es previsible, debido a los obvios prejuicios y la tensión entre estos 2 hombres tan distintos que se ven arrojados de su zona de confort y seguridad: la permisiva, moderna y cosmopolita isla de Manhattan.

El trono desde el cual pone el director, Peter Farrely, a “Don” el músico, a entrevistar al posible conductor del  automóvil en  el  que  se irá de gira, marca claramente una supremacía socioeconómica, e inclusive cultural. “Tony”, contra todo pronóstico, que por ser italiano es bastante menos “apestado” que su próximo patrón, tiene que voltear hacia arriba para mirar a su interlocutor. La secuencia es muy graciosa, inclusive medio cómica y bastante irónica, pero ésto es sólo el inicio.

Se dice que las relaciones humanas, la mayoría, se basan en el poder. Ese poder que ejerce el uno sobre el otro: llámense relaciones sentimentales, filiales, amistosas y cuantimás las obrero patronales. Aquí vemos al obrero y al patrón; que por circunstancias muy irónicas rompen con el “stablishment”. Muchos se asombran de ver que el chofer es un tipo blanco y que el “jefe” es un negro que viaja en el asiento de atrás, tal como lo indica la etiqueta de los que saben. No sólo atrás, sino que el privilegiado va exactamente del lado izquierdo, detrás del conductor… pues la cosa es chic.

Los movimientos de cámara, los encuadres, la dirección de arte, la fotografía y el soundtrack están al servicio de una película homenaje a todo el sufrimiento que los gringos no blancos, los ahora llamados afroamericanos, soportaron durante siglos de sus propios conciudadanos. La cultura negra desarrollada en los Estados Unidos de Norteamérica, que por cierto, es un país que no tiene nombre en sí mismo, propio pues; es una de las más potentes que haya. Sobre todo musicalmente hablando. Pues la música es el lenguaje universal que no tiene idiomas ni fronteras, no se necesita de nada extra para que toque el alma. La música negra como el jazz, el blues, junto al soul, godspell, el rock, y más recientemente el rap, permean nuestra existencia y su influencia en el mundo no tiene paralelo. Allí están centenares de artistas, de leyendas y de dioses de arte que no voy a nombrar aquí, porque todos los conocemos y  se  encuentran  el  el  Hall de  la  Fama.

Esta película, para muchos ridícula, exagerada, maniqueísta y cursi, es un poema a la belleza, y a lo hórrido también, ¿por qué no decirlo?, del alma humana; que lo mismo puede lanzar una bomba atómica sobre  una ciudad que componer e inundar una sala de conciertos con una extraordinaria sinfonía que conmueve hasta las lágrimas al público. El personaje Don Shirley, tan alejado de la realidad cotidiana de los comunes y corrientes, por ser artista, por ser afro, por  divorciado ―y otras cosas que no les contaré aquí―, no fue nunca más el mismo después de haber convivido con Tony Lip, y Tony Lip tampoco. A pesar de las oceánicas diferencias, ambos personajes construyeron una mejor versión de sí mismos a través de la tolerancia, la comprensión y el entendimiento de uno y otro con su mundo respectivo. Ésa es la lección; por éso ésta es una gran obra cinematográfica. Porque hay allí una maravillosa epifanía.

Los mal llamados americanos, o gringos o norteamericanos o como les guste referirse a ellos, tienen una deuda de honor muy grande. Hace poco apenas, a través del cine, entre otros lenguajes, ya comenzaron a tratar de saldarla, de redimirse de sus horrores, de su egolatría y egocentrismo. Por todo éso, la audiencia presente en la ceremonia del Óscar estaba tan conmovida, y los millones de televidentes, por supuesto, porque Green Book significa la producción cinematográfica del 2018 más importante en la que se demuestra que muchos están arrepentidos de esa ominosa parte del pasado de su nación, y que toma la forma de un preventivo de lo que pudieran llegar a provocar estos nuevos movimientos antisociales promovidos por Trump (también hijo de inmigrantes, por supuesto), que al estilo neonazi,  propugnan por la supremacía de una raza única y “superior”.

El popular actor Viggo Mortensen, ese súper galán de matinée, de grandes filmes divertimento, como la saga de El señor de los anillos de Peter Jackson, con esta tercera  nominación al  Óscar de la Academia se ha ganado, por fin, un lugar entre los actores de las grandes ligas, a lo de Niro, Daniel Day-Lewis o Nicholson,  aunque  no  la  haya  ganado. Porque de su papel hizo una verdadera creación que termina por enamorar a los cinéfilos. Al señor Alí, como el magnífico actor que es, le tocó abanderar entonces el reconocimiento, la reivindicacón y la resignificación de los derechos de su raza y, por supuesto, el aplauso general, a nivel nacional e internacional.

Qué fortuna es tener cine. Qué increíble que se produzcan películas así; cuyo fin no sólo sea la exhibición como meros productos industriales, de esos que se disfrutan mientras tomamos megavasos de “Coca” o “Pepsi” y comemos hartas palomitas; pues también queremos ver de esas cintas que no nos abstraen de la locura y los horrores del mundo, sino que nos los muestran en close-up para  reflexionar  sobre  ellos. Sin embargo, aunque ya sabemos que la historia de Green Book es bastante cruel, el tratamiento del argumento, y la puesta en pantalla la volvió complaciente, edulcorada, romántica y nostálgica a la vez. Así es el cine de Hollywood. Pero seguramente era necesario para que las masas la pudieran ver sin sentirse tan culpables. Convertida en una linda la película,  es un vehículo realizado para que podamos ver la grandeza en una pantalla gigante, y es a la vez, un aviso para que se evite hacer, para que no se vuelva a cometer jamás de nuevo, lo que allí también se filmó como su horrorosa contraparte: la desventura humana de no amar al prójimo, o bueno, todavía peor, ¡de ni siquiera respetarle…!

El Óscar no podían dárselo a otra película, ni a otro guión original, ni a otro actor de reparto que no fuera a Mr. Mahershala Ali, aunque no entiendo por qué razón él mismo no estaba también nominado, junto a Viggo Mortensen, en la categoría de Mejor Actor, si su papel era tan o más protagonista aún que el de Mr. Mortensen, pero en fin... siempre lo he dicho “cosas de la Academia”. Porque después de todo, el Óscar también representa un símbolo metacinematográfico. Es el premio de una nación que todavía le debe mucho, pero muchísimo, a muchos.

¡Corte y queda…!

MarcH de Malcriado

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