lunes, 12 de agosto de 2019

EL CUENTO  DE LAS  COMADREJAS  Un  excelente  ejemplo de cine latinoamericano que  está  a  la  altura  de  las expectativas  del  cinéfilo  internacional más  exigente.  


EL CUENTO DE LAS COMADREJAS  Argentina y España, 2109. Guión y dirección de Juan José Campanella.

¿Cómo serían Dolores, María o  la Garbo si estuvieran recluidas en una mansión lejos de todo, y de todos, y de repente llegaran unos fans a perturbar su paz y sacarlas del olvido?, ¿y  sí además alguna de  esas  reinas de celuloide  estuvieran acompañadas por el director y el guionista de sus películas…?

Aquí tenemos una gran comedia de humor más negro que el negro del cine negro en blanco y negro, ¡pero en color…!

Las actuaciones son de un soberbio que enchina la piel. La encantadora Graciela Borges es la otrora estrella de cine Mara Ordaz, una diva de antaño que  vive con Pedro de Córdova, su marido (Luis Brandoni), con el director Norberto Imbert (Óscar Martínez) y, por  si  fuera poco,  con el guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock).  El argumento es una maravilla,  pues hace flotar en  la  pantalla un suspenso muy efectivo, muy  al estilo de Alfred Hitchcock.

El fenómeno de la fama, que suele ser siempre tan efímera como efímera es la juventud, se rememora en  la  vida de  estos  personajes como una película lejana cuyos ecos se magnifican en su recuerdo mientras más envejecen...

Los jóvenes de hoy son fuertes, impetuosos, arriesgados, y tan atrevidos como su astucia se los permita; igual que éramos quienes ya lo fuimos ayer. Sin embargo, hay una máxima que dice: “La juventud es una enfermedad que se cura con los años”. Nada más cierto, pero hay que ser viejo para entenderlo plenamente.

El oficio de un director de cine es darle coherencia temporo espacial a la acción que marca todo guión; debe saber cómo mover a los personajes en el momento preciso para lograr el efecto que él desea; manejar bien  o  no las piezas en un juego de ajedrez lleva a ganar o a perder el juego. En  la  trama el experimentado Norberto Imbert está acostumbrado al “encanto” de las actrices, sobre todo a su poder de seducción. Cuando la misteriosa y bellísima Bárbara (Clara Otamendi) entra en escena se ponen en juego las acciones que provocarán la fortísima tensión de todas las secuencias que compartan. La  audacia juvenil y la sabiduría del anciano se enfrentan aquí de una manera subyugante.

En contraste total se hayan la diva Ordaz con el aprendiz de seductor, Francisco Gourmand (Nicolás Francella), cuyas situaciones y diálogos son muy chispeantes, y hasta tristemente gozosos.

Esta cinta dirigida por el oscareado Campanella es un remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico (José Martínez Suárez, 1976).

Del único “pero” que tengo no estoy muy seguro. Es que el soundratck es de canciones increíbles y clásicas, pero todas en inglés; habiendo en castellano un mar de éxitos de todos los tiempos. Tal vez se pensó en las audiencias internacionales, que están mil veces más familiarizadas con Sinatra que con Gardel, Pedro Vargas o Guty Cárdenas… en realidad no tiene tanta importancia.

Si desean pasar 129 minutos navegando a lo largo de un plácido río de ácido ―en el que el arrojo de la juventud quiere imponerse a la sabiduría de los viejos―, no se la pierdan. Al final del recorrido, la estrepitosa caída en la catarata sólo aniquilará a los más indefensos… 


Recomendabilísima.

¡Corte y queda…!

MarcH de Malcriado

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