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LA COMEZÓN DEL SÉPTIMO AÑO Es una comedia que dejó la huella indeleble de una de las personalidades más icónicas del siglo XX. Bravo por Billy Wilder. © 20th Century Fox |
LA COMEZÓN DEL SÉPTIMO AÑO (The Seven Year Itch) EE.UU. Dir. Billy Wilder, 1955. Llega el verano con su intensa ola de calor y las consabidas vacaciones; casi todas las familias se separan del padre por algunas semanas porque los maridos tienen que quedarse en la ciudad para seguir en el trabajo. Así, el editor Richard Sherman (Tom Ewell) regresa de la estación del tren muy contento, con ganas de disfrutar de la paz de su departamento, sin la presencia del niño latoso y de la esposa controladora y mandona. Al fin, después de muchos meses, se siente libre y está dispuesto a hacer todo lo que le pegue la gana, sin las presiones domésticas del matriarcado. Pero su tranquilidad durará muy poco, porque cuando se dispone a relajarse tocan el timbre. Así conoce a “la chica” (Marilyn Monroe) que rentó el departamento de arriba y que no podía abrir.
Un incidente en la terraza le permite invitarla a tomar una copa. Se prepara para recibirla en un ambiente muy propicio para el cortejo y la seducción. Comienza a fantasear con ella. Imagina que la chica bajará transformada en una despampanante femme fatale, atravesando el umbral de su puerta como toda una vamp, envuelta en una nube de humo y perfume, a lo Marlene Dietrich… Preludio a ser esclavo del deseo.
Pero la joven resulta ser una ingenua provinciana bastante boba a quien lo único que le interesa es disfrutar del aire acondicionado de Sherman.
Ella, a pesar de ser una rubia espectacular, da la impresión de que lo último en lo que piensa es en el sexo. Modelo publicitaria de televisión, “la chica” (no tiene nombre en la trama) es la clásica “rubia tonta” que encarna el sueño erótico del hombre promedio. Es la personificación del ideal femenino: joven, hermosa y disponible. La opulencia de su cuerpo contrasta con su mente infantiloide. Parece que hasta para un tipo sin nada especial, y por cierto bastante mediocre, como Sherman, no será una "presa" difícil.
Sin embargo, la moral, los prejuicios y el sentimiento de culpa entrarán en juego hasta que pase lo que tiene que pasar…
Se dice que cuando algo se desea en demasía, cuando finalmente se obtiene deja de interesar. Los años de 1950 fueron una era en la que las teorías psicoanalíticas y los estudios sobre la sexualidad humana, como el Reporte Kinsey, comenzaron a ser difundidos en las librerías y en las revistas. Así, aunadas al cine, aparecieron nuevas visiones sobre los patrones de la conducta de las mayorías. La construcción del mundo se comenzó a diseñar de manera distinta. No obstante, todo lo que estaba prohibido, mal visto o era inmoral, se seguía practicando como siempre, pero de manera clandestina.
La secuencia en la que los protagonistas salen del cine "Trans Lux" fue rodada en la locación real, lo que atrajo a infinidad de curiosos. Nadie se imaginaba lo que verían después... |
El director austrohúngaro asentado en Hollywood, Billy Wilder, bien conocido por algunas películas de contenido muy crítico y ácido (recordad Sunset Boulevard, 1950) y a veces bastante subversivas (Una Eva y dos Adanes, 1959), tenía en las manos un guión extraordinario, un actor de excepción (Ewell) y a la más grande bomba sexual del cine desde Jean Harlow (Monroe). Pero de igual manera también tenía encima a la Legión de la Decencia y las restricciones del Código Hays (1930-1967) que prohibían tratar, y mostrar, temas o situaciones que atentaran contra la sagrada institución del matrimonio, la familia, el decoro y otras “cosillas”. ¿Cómo resolver entonces el problema de un marido queriendo seducir a la mujer más sexy de EE.UU.?
La ya de por sí muy célebre Marilyn Monroe con esta producción de la 20th Century Fox pasó de ser la estrella más sensacional de Hollywood a ser un verdadero icono cinematográfico mundial, tan imperecedero como Chaplin, cuando tuvo que actuar parada en tacones altísimos sobre el respiradero del metro de Nueva York en la escena de la falda voladora. Entre tomas, los publicistas le pidieron a Marilyn que posara también para las cámaras fotográficas. Alrededor de la locación había un auténtico tumulto cuyos silbidos y gran alboroto llenaron de rabia al ex beisbolista Joe DiMaggio, su celoso esposo en aquel entonces, que se había aparecido por allí para ver la filmación. Antes de que ella se diera cuenta él se marchó furioso. Esa secuencia representaba una oportunidad única, otra vez sería una Venus haciendo gala de sí misma ―la primera fue cuando se desnudó sobre aquel lienzo de 8 metros de terciopelo rojo para el calendario “Golden Dreams” unos 5 años antes―.
Poseída por un frenesí delirante, ella y Wilder llevaron a un plano de realidad el sueño de todo mundo en "Cinemascope" y en los vibrantes colores "De Luxe". Los hombres siempre quieren ver lo que las faldas cubren: una par de lindas piernas y, si se puede, las pantaletas. Por el otro lado, las mujeres quieren verse hermosas, deseadas y admiradas, pero sin parecer lascivas.
La publicidad entera se basó en esa singular secuencia. Muy a pesar de la gran decepción del público voyeur que quería verle los calzones a la actriz más sexy del mundo ―porque las tomas usadas finalmente en la película no fueron las que mostraban las fotografías―, la cinta fue un éxito sin precedentes. Aunque por allí circula un metraje amateur de 8mm en blanco y negro donde sí se puede observar, pero muy de lejos, el glorioso momento: Marilyn en éxtasis con la falda levantada.
Los valores de la cinta son, además de los evidentes, que pone de manifiesto que la sexualidad del macho humano es inamovible (desde la primera secuencia), que gran parte del discurso que lo rige es ese deseo del que Schopenhauer tanto recelaba pero que es absolutamente inherente a la naturaleza misma. El "deseo" de la naturaleza es que cada especie tiene que perpetuarse a sí misma a toda costa. A tal fenómeno, a nivel humano, poco le importa si los que se juntan para la procreación, y su eterna infinidad de ensayos, para lograrlo alcanzan la felicidad o no. La mayoría de las veces el resultado, como diría el agudo filósofo alemán, es absolutamente amargo y frustrante. Quienes refuten esa idea nada más vean en este filme que las fantasías de Sherman son mucho más excitantes que su triste realidad; y que su máxima ensoñación, la de poder tener a la mujer más fabulosa del mundo, se estrella en mil pedazos al darse cuenta de que esa súper mujer no es más que una diosa mitológica, producto del inconsciente, por cierto bastante insensato, de una civilización cuya imaginación construye una y otra vez el paradigma de Eros.
Después de todo, me pregunto qué hubiera sido de esa película sin esa archiconocida secuencia.
¡Corte y queda...!
MarcH de Malcriado
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