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ARTURO DE CÓRDOVA Ícono irrepetible del cine mexicano de la "Época de Oro". Aquí con "La Doña" en La diosa arrodillada. © Panamerican Films / Televisa (actualmente) |
ARTURO DE CÓRDOVA Hay muchas biografías del galán de cine más seductor de la “Época de Oro del Cine Mexicano”, en las que se pueden consultar múltiples datos exactos sobre sus orígenes, su carrera como locutor y sus primeras películas, en suma su filmografía completa; pues llegó a filmar alrededor de 100 producciones, tanto en México como en Sudamérica y en Hollywood. También hay mucha información sobre su vida privada, ciertos rumores y chismes varios que aderezan y alimentan su leyenda.
Su
apostura, su distinguido porte y su
voz de terciopelo pronto le
abrieron las puertas
del mundillo de la farándula y finalmente, del estrellato. En nuestro
país tal vez no sea
lo suficientemente valorado, porque
hoy en día
no hay mes
en que no se
pase al
aire alguno de sus filmes. El actor nacido en Mérida, Yucatán, en 1907 u 8, nos parece
tan cotidiano en la pantalla chica, inclusive
en streaming, que no provoca ningún alboroto. Sin
embargo, Arturo de Córdova es un verdadero ícono, ganador de 3 Arieles en la década de 1950. Fue uno de los
más fabulosos dioses de
celuloide que haya habido
jamás.
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La ausente, una extraordinaria película cuya reseña escribí por aquí hace ya algún tiempo… Como su hija "Rosita" Angélica María © International Films / Televisa (actualmente) |
Pero aunque el cine
mexicano siempre ha figurado entre los
primeros del mundo, sencillamente no puede
competir, en popularidad y publicidad, con las estrellas y el cine
europeos o de Hollywood. No
obstante, aun sin el reconocimiento
que
se merecería, lo tenemos con nosotros,
nos pertenece, como parte
de la gran cultura cinematográfica que tiene nuestro país,
que habla castellano y
que es a la vez tan
absolutamente continental.
La presencia de Arturo de Córdova hizo de nuestro
cine algo todavía
más fulgurante. Nada más hay que
verlo en Medianoche (Tito Davison, 1949), en La ausente (Julio Bracho, 1951), El
esqueleto de la señora
Morales (Rogelio A. González, 1959) o
en la delirante Él, de Luis Buñuel (1953). Todavía no
he visto todas su cintas, y
la verdad tampoco lo pretendería,
porque ver un centenar
de largometrajes es una tarea titánica, aparte de que muchas no están a la venta, no las pasan por televisión o pudieran estar perdidas. Con
las que ya mencioné en esta entrega, además de otras 10 que andan por allí y que me gustan mucho, son suficientes
para admirarlo. Nunca me
canso de verlo, de
escucharlo, de soñar con
ser él, aunque sea imaginariamente: siempre tan bien
vestido, tan sofisticado, todo un dandy,
encantador y seguro de sí mismo; pero al mismo tiempo apasionado, atormentado, vulnerable o completamente loco…
Aunque, después de todo, y como él diría: “No tiene la
menor importancia.”
¡Corte y queda…!
MarcH de Malcriado
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