lunes, 22 de junio de 2020

TOY BOY


TOY BOY Carlo Costanzia hace de su personaje Jairo, tan sexy como emotivo, uno de los grandes consentidos de esta epidérmica serie.  © Atresmedia/ Netflix


TOY BOY (Dir. Iñaki Mercero / Javier  Quintas, Prod. Atresmedia para Antena 3, España, 2019). 
Yo  la  hubiera intitulado,  después  de su  título original,  claro  está como:  QUÉ CALOR EN MARBELLA, MEJOR BAILO EN TANGA,  en  serio. 


El varón como ente erotizado y  erotizante se oferta hoy en un creciente mercado multisexual ávido de belleza, de híper masculinidad y hasta de nuevas sensaciones y emociones.  Con la apertura de la nueva mentalidad que ha  derribado los tabúes que obligaban a todos a ocultar sus gustos, por más “secretos” que estos fueran, ahora todo se vale. Ya no hay secretos. El hombre ya no es solamente el macho de  las  3  "f": feo, fuerte y formal que solía ser antes al  estilo  del inspector de  la policía, Mario  Zapata, que  hace aquí el magnífico Pedro Casablanc― o que socioculturalmente se veía obligado a ser, pues en  la actualidad el culto a la hermosura y a la juventud está en pleno auge y no excluye a nadie. 



TOY BOY Los hombres apolíneos como objetos sexuales están al alcance de la mano de quien pueda pagarlos.
© Atresmedia/ Netflix




La reciente teleserie, actualmente exhibida mundialmente en Netflix: Toy Boy, es un thriller policíaco que cuenta la historia de un estríper, en muchas ocasiones confundido o malamente denominado como “prostituto”, con la misma connotación negativa que   también conllevan  las chicas, o señoras sexoservidoras.  Cuestión  que entonces   lo  pone en  desventaja al  ser prejuzgado y juzgado  como alguien intrínsecamente malo,  proscrito. Sin  embargo, e irónicamente ya no es nada raro para nadie que alguien de cualquier sexo alquile los servicios de alguien más, también de cualquier sexo… para pasarla bien si  tiene  con  qué  pagar. 




TOY BOY La abogada Triana Marín (María Pedraza) y la cougar mega millonaria Macarena Medina (Cristina Castaño) se disputan la atención y el amor  de Hugo (Jesús Mosquera,  increíble y  novel  talento), el muñeco de estriptís más caro de la Costa del Sol.                    © Atresmedia/ Netflix

Así la Macarena (Cristina Castaño,  hermosa  donde  las haya), una empresaria archimillonaria, tiene bajo su “protección” a Hugo (Jesús Mosquera, cuya  actuación  es  espléndida  tomando en  cuenta  que  procede  del  medio  futbolístico) su macho de alquiler. El Huguín, que por las noches baila en un chóu de encueradones, y que es y está más bueno que el pan, vive como en un sueño mágico bajo los reflectores, la luna o el sol de la playa ―según la hora―, pero pronto se ve involucrado en un terrible crimen. Lo que pareciera una vulgar historieta de “putillos de la noche” es una espectacular intriga mucho más interesante de lo que pareciera ser. No hay allí desperdicio alguno, pues la opulencia de-luxe convive con la pobreza, y al mismo tiempo con abogados y la policía, todo en un mismo y  soleadísimo paraíso. Las relaciones  familiares,  la seguridad y la protección  que se  deben,  son  muy  fuertes,  pero en  algunos  casos también  son muy  laxas. La búsqueda  de presuntos culpables es exhaustiva mientras nos  deleitamos  con  magníficos números  de streaptease varonil elaboradísimos, muy  sofisticados  de  verdad, y ejecutados  por  verdaderos living  dolls  que  cobran  bastante  caro.  Lo  que  hagan ellos  después  del  espectáculo es su libre  desición,  y  vaya  que  hacen muchas  cosas... 


TOY BOY Una  ovación  de  pie para Pedro  Casablanc,  que  hace a Zapata, el  inspector de  policía  más emocionante desde Fumero, el  jefe  de la policía  de  La  sombra  del  viento  del  recientemente  fallecido Carlos  Ruíz  Zafón.
© Atresmedia/ Netflix


Mención  aparte requiere una  asombrosa coreografía vamp que por  sí  misma bien podría  valer como  un  hito,  sin  antes ni  después,  en  la televisión.  Pero  cuidado, nada es lo que parece, y al llegar al capítulo final de  esta  primera  temporada nos queda un regusto amargo, agridulce y a la vez tan salado como el mar. Pero también queda uno muy  satisfecho de haber visto una serie de  13 episodios con grandes actores y realizada con excelente calidad,  de  veras. 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

martes, 17 de marzo de 2020

PARÁSITOS


PARÁSITOS Es como subirse a la montaña rusa sin cinturón de seguridad. Una experiencia realmente alucinante. Éso es arte, y no nada más del tipo exquisito para las élites, es para todo el mundo, porque además el director Jon Ho, la puso en pantalla como todo un divertimento . © Barunson E&A / CJ Entertainment



PARÁSITOS (Parasite) Corea del Sur, 2019. Dir. Productor  y  guionista,  Boong Jon Ho. Ésta no es una película, es el código QR de una historia sin fin, ni principio. Es el retrato del absurdo que Schopenhauer diagnosticó allá en la Alemania del siglo XIX: "Pocas  veces  pensamos  en  lo  que  tenemos,  pero siempre en  lo  que  nos  falta". Curiosamente, resultó ser la mejor película del 2019. La  Palma  de  Oro  de  Cannes y el Óscar de  Hollywood lo certifican, muy justificada y asertadamente. 


Érase que se era una vez, en la moderna Seúl,  que la bella  e  idílica familia Park habitaba en una casa-paraíso en la zona residencial más exclusiva de la ciudad.  Como contraparte, otra familia vivía en una pestilente casucha de los suburbios. Ya sabemos: las 2 conformadas por el papá, la mamá, y los hijos. El laboratorio de las aplastantes diferencias socio-económicas de la postmodernidad los  junta en un momento dado y todo corre como un plácido río de la pradera del mutuo beneficio y la amistad, hasta que por allá, a lo lejos en el horizonte, se vislumbra una enorme nube de rocío. Zoom-in, es una catarata, una fatídica catarata de mil metros de profundidad. El abismo es a donde se dirige la cinta yate-de-placer, con las circunstancias y los sueños de todos los pasajeros-personajes. 


Nada hay nuevo bajo el sol. Los argumentos definen  el  género  de  la  producción:  comedia, melodrama, suspenso,  horror,  horror gore,  etcétera.  La diferencia es que el director Jon Ho es un genio y combina  todos  los  elementos. Sabe llevar al público a donde le da la gana y como le da la gana; no admite edulcorantes, no hay piedad para nadie, ni dentro ni fuera del set


Nosotros, los espectadores, quedamos atónitos. Hace mucho que no veía una película así de  terrible… Tal vez desde Irreversible (Gaspar Noé, 2002). 


De suspenso a lo Hitchcock, con la profundidad de Bergman y la locura de Tarantino, esta es una perla negra procedente de la península coreana bañada por el Mar Amarillo y el Mar del Japón. Una obra maestra. 

No alcanzo a describirla, excepto que es todo un tour de force a la velocidad de una rollercoaster. Podría decir que una vez más parte del cine asiático es una potencia de belleza, calidad y genialidad. Por ningún motivo habríamos de perdérnosla. Yo la tengo que volver a ver… varias veces más. 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

viernes, 7 de febrero de 2020

JUDY

JUDY  Renée Zelweger como Judy Garland deja al público absolutamente conmocionado con una de las actuaciones más deslumbrantes del fin de la década.
© BBC Films/ BFI/ Pathé/ Calamity Films


JUDY: LA LEYENDA  DETRÁS DEL  ARCOIRIS / JUDY  EE.UU., G.B., 2019. Dir. Rupert Goold. 

Judy Garland es una de las leyendas más grandes del chóubisnes (showbussiness) mundial, sin embargo, fue tan fabulosa como trágica. Ella creció esclava del “Star-system” desde niña, pues su vida transcurrió prácticamente encerrada en los estudios cinematográficos de aquel Hollywood que encumbraba a sus estrellas de una manera suprahumana,  pero   a cambio de su alma. 

Los artistas de la pantalla eran considerados semidioses de un mundo de sueños de celuloide tan celestes como irreales. Una vez Marilyn Monroe dijo: “Soñar con ser estrella es mucho más fantástico que serlo”. Seguramente tenía toda la  razón. 

La industria del cine creó una mega fábrica de sueños a costa del sacrificio de seres cuya anomalía era tener talento. Nada más manido y llevado y traído que el consabido “precio de la fama”. El ser humano no está preparado para la fama, especialmente para esos exorbitantes niveles de fama que el cine es capaz de generar. 

En la historia del espectáculo abundan los ejemplos de artistas que se vuelven locos porque eran  seres demasiado  sensibles,  o  hipersensibles, que no contaban con los recursos emocionales e intelectuales para sobrellevar semejantes presiones laborales que muchas veces se extendían hasta el manejo abusivo y el control  de sus vidas privadas. Todos tenemos necesidad de ser aceptados y amados, y poseemos también ciertas dosis de vanidad y egolatría absolutamente  normales; pero cuando millones de personas alrededor del mundo exacerban esos sentimientos hacia una persona, a través de la adoración y la idolatría, en aplastante contraste con la actitud de los productores y  los jefes de los estudios que los  consideran tan  sólo  objetos de consumo, un simple negocio que les  genera multimillonarios ingresos  en  taquilla. Casi nunca los respetan, ni los quieren, ni los valoran, pero sí los explotan. De esta forma la psique de cualquiera colapsa; y usualmente de manera muy aparatosa. 

En una escena clave de la película, la  atormentada Judy Garland (Renée Zellweger) dice: “Sólo soy Judy Garland una hora al día, todas las demás soy como cualquier otro ser humano”. Miss Garland tenía, como toda persona, cualidades y defectos; además de problemas emocionales, de salud, económicos, familiares y otros más derivados de su “stardom”. Esa secuencia en la que un par de fans tienen la oportunidad de acercárse a ella y palpar su “humanidad” es de un brillo y exquisitez única. Como una antítesis me recordaron mucho a la súper admiradora ―supuestamente tonta― “Eve Harrington” (Anne Baxter) cuando conoce a la diva de  Broadway “Margo Channing” (Bette Davis) en esa joya clásica ―que  nadie  debe  perderse― intitulada en castellano como La malvada / All About Eve (Joseph L. Mankiewickz, 1950). 


Ha habido tantas películas sobre la apoteosis y la caída de las estrellas que bien pudiera parecer un lugar bastante común; pero no nos engañemos, lo es totalmente y no obstante, ¡no nos importa…! Porque no hay nada más común y brutal que ver en pantalla, aunque sea cien veces, la  representación de ese aforismo que una vez leí en mi primer un libro sobre la Monroe: “Those whom gods love they destroy”/ “Aquellos que son amados por los dioses son destruidos”. Y éso, irónica e increíblemente, nos encanta. 

La multi talentosa Renée Zellweger ya ha sido nominada antes, por la Academia, por su inefable interpretación de “Roxy Hearth” en Chicago (Rob Marshall, 2002) y por la divertidísima El diario de Bridget Jones (Sharon Maguire, 2003) y su saga. Pero hay que recalcar que ella ya ganó un Óscar como Actriz de Reparto en aquel churro infumable llamado Cold Mountain (Anthony Minghella, 2003). Si esta vez no se lo otorgan como Mejor Actriz, la “Academia” cometerá otra vez el mismo error que cuando se lo negó a la mismísima Judy Garland en 1955 por Nace una estrella / A Star is Born (George Cukor, 1954) que lo merecía 10 veces más que Grace Kelly por La angustia de vivir/ The Country Girl (George Seaton, 1954). Pues a todas luces Miss Zellweger no actúa de la Garland, ¡ella ES Judy Garland...! 
Por lo tanto merece el Óscar y una ovación de pie. 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

jueves, 6 de febrero de 2020

EL FARO / THE LIGHTHOUSE

EL FARO Un duelo de actuaciones como hace mucho que no veíamos en el cine.
© A24 / Regency Enterprises / RT Features

EL FARO / THE LIGHTHOUSE EE.UU., Canadá, 2019. Guión y dirección: Robert Eggers. 

El faro es la crónica de  la lucha de dos hombres por la sobrevivencia en una isla tan alejada de la civilización cuanto inhóspita. Esa inmensa torre en  medio  del  mar es el símbolo fálico del poderío masculino, dirían los psicoanalistas. Yo diría que también es el refugio perfecto para huir del mundo; pero irónicamente el hombre contiene al mundo, así que no hay escapatoria. El otrora galancito juvenil de comedias bobitas, muy mainstream para adolescentes,  es ahora don Robert Pattinson, que cada vez es más perfecto, inclusive me recordó a Franco Nero en Querelle (Fassbinder, 1982). 



Es impresionante ver cómo la maestría en el oficio de un actor así llega tan sólo a través de la práctica in crescendo. Se nota que Pattinson ha visto las actuaciones de los grandes del cine, pero no imita a ninguno, porque él es único. Aprende y se pone a las órdenes de Eggers, un talentoso director que a su vez sabe que tiene entre las manos un soberbio guión (de su autoría), a un actor consagrado y a un magnético diamante multifacético (Pattinson), cuyo trabajo histriónico jamás desmerece ante el arrollador Dafoe, uno de los monstruos de cine más grandes de las últimas décadas. 



La película, a pesar de estar fotografiada en blanco y negro y en 35 mm está nominada a un Óscar por Mejor Cinematografía. No entiendo por qué fue considerada nada más en esa categoría, pues contiene muchos otros valores; por supuesto la actuación de ambos protagonistas y la dirección inclusive, pero ya sabemos cómo se las gasta  la "Academia". 


El faro,  con Willem Dafoe y  Robert  Pattinson como  nunca antes… 
© A24 / Regency  Enterprises / RT Features



El faro es hipnótica, tan sórdida y hermosa como las sirenas que pueblan los sueños eróticos, y tan fotogénica y violenta como las olas rompiendo sobre los acantilados. La publicidad la califica como: “Siniestra, inquietante fascinante y mítica”, y no puedo estar más de acuerdo, pues aquí mismo vemos de qué manera el impetuoso Prometeo fue cegado (y castigado)  por la propia luz que quiso descubrir. ¡Y pensar en las gaviotas…! 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

jueves, 9 de enero de 2020

ESTO NO ES BERLÍN


ESTO  NO  ES  BERLÍN La  Ciudad  de  México, antes  llamada México, D.F.,  y  sus  suburbios,  son el  escenario de  una perfecta recreación  de  1986.  El  soundtrack lo  deja  a uno  con  ganas  de  querer  comprarlo,  pues  ciertas  canciones  me  recordaron  mucho a Rita  Guerrero y  Santa  Sabina. Todo,  pero  todo,  es  un  “alucine”, como  se  decía  en  aquel  entonces.
© Catatonia Films/ La  Palma  de  Oro  Films



ESTO NO ES BERLÍN México, 2019, Guión  y dir. Hari Sama. 

Retroceder en el tiempo parece ser lo de hoy en las películas importantes. El año pasado fue con Roma (Alfonso Cuarón, 2018) y Las niñas bien (Alejandra Márquez Abella, 2019), ahora tenemos Esto no es Berlín

Un par de jovenzuelos, Carlos (Xabiani Ponce de León) y Gerardo (José Antonio Toledano), son los 2 mejores amigos de la prepa; es 1986 y en México apenas se asientan las primeras manifestaciones del movimiento post punk, que por cierto en Europa ya comenzaba a decaer. Aquí la adolescencia es mostrada en su plenitud,  con la problemática de la escuela, las relaciones familiares, los cuates del equipo de fútbol, la música, los primeros enamoramientos, la sexualidad y mucho más.


La recreación de la época es perfecta la dirección de arte corrió a cargo de Diana Quiroz―, y la dirección de actores de Sama también; la fotografía es estupenda y el soundtrack lo deja a uno con ganas de querer comprarlo, pues ciertas canciones me recordaron a Rita Guerrero muy a lo Santa Sabina. Todo, pero todo, es un “alucine”, como se decía en aquel entonces. 

La  guapísima Rita (Ximena Romo, una especie de nueva Brigitte Bardot a la mexicana) es una chica que canta rock gótico en "The  Aztec", un antro underground; una noche llegan hasta allí Gerardo y Carlos, para  descubrir lo  "oculto", la  historia de  ambos ya no será la misma. Pues de la mano del púnkaro y “asesor espiritual” Nico (Mauro Sánchez Navarro, nada menos que ganador de la Biznaga de Plata como Mejor Actor de Reparto en el Festival de Cine de Málaga, 2019) su repentina inmersión al submundo del arte y la manera de expresarse en la vida hará que su experiencia sea de verdad inenarrable y los cambiará para siempre. 

No sé, tal vez porque yo también fui joven en esa década, me identifico con mucho de lo que retrata la película: la pérdida de la inocencia, la iniciación a la rebeldía, la apertura  mental, las  propuestas de una supuesta libertad y mucho más. 

Esta  película mexicana ya ha  sido aclamada en varios festivales internacionales y ha  ganado algunos premios. No deben perdérsela por ningún motivo. Yo iré a verla de nuevo, porque es sencillamente fascinante. 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

viernes, 6 de diciembre de 2019

GUADALUPE REYES


GUADALUPE  REYES Más  que  un  duelo de  actuaciones  lo  que  vemos  aquí  es  una mágica conjunción de  talentos, cosa  que  no  veíamos  desde los  míticos Pedro  Infante  y  Luis  Aguilar o desde Gael García  Bernal y  Diego  Luna. Una  película muy mexicana  y  por  lo  tanto  muy gozosa,  muy  chispeante.   
© Filmadora  Nacional /  Imcine / Videocine / 



GUADALUPE REYES México, 2019, Dir. Salvador Espinoza. 

Hace varios meses que no iba al cine totalmente a ciegas a ver una producción mexicana, ni siquiera había visto el tráiler. Así que llegué a comprar mi boleto con la baja expectativa de ver otra historia básica, sosa y aburrida (babosa pues) ―pues yo veo de todo porque amo el cine―. Ya con mi combo de la dulcería me senté en una sala semi vacía con mi cara de “a ver qué tan elemental irá a ser esta cosa…”. 

En la primera secuencia aparece Luis (Martín Altomaro) como un formal contador inmerso en una oficina llena de “Godínez” iguales que él, pero de menor rango. Los gags son tan comunes y vulgares como los otros 2 tipitos (uno de ellos es el omnipresente Paco Rueda que ha estado en todas las cintas nacionales que he visto últimamente), y la verdad es muy chistoso, o por lo menos no es antipático. Pero Altomaro es tan buen actor que pronto se interesa uno en su personaje. 

En la segunda secuencia introductoria aparece Hugo (Juan Pablo Medina), un jetsetter muy sibarita al estilo mitad Mauricio Garcés mitad Julio Alemán en “Johnny Dínamo”, en un hotel boutique de la Riviera Maya celebrando sus 40 años con una corte de “amiguisnobs” pero “millennials”, que a su vez lo ven a él como un “chavorruco”. 

Son 2 personajes tan disímbolos que orbitan en mundos muy diferentes, pero que increíblemente resultan ser los antiguos mejores amigos de la universidad. Después de diez años de no verse, Hugo le propone a Luis pasar juntos todo el maratón Guadalupe-Reyes celebrando y bebiendo en una fiesta total desde el 12 de diciembre hasta el 6 de enero. Luis que está casado, tan juicioso y cuadrado como es, de entrada rechaza la propuesta, pero unas horas después se le presenta un evento familiar tan imprevisto y demoledor que para asimilarlo y escapar un poco de su realidad decide aceptar y probar suerte en las andanzas. Sólo es cuestión de recordar cómo era de más joven… y volver a vivirlo. 

Altomaro y Medina son un par de actores muy carismáticos que tienen muchísimas tablas; juntos forman una mancuerna que destila una simpatía enorme. La química entre ellos es formidable. A pesar de que sus aventuras son bastante básicas y predecibles, la sorprendente maestría del director (en esta su opera prima), los actores de soporte ―entre los que están los consagrados Ofelia Medina (reverencia) y Juan Carlos Colombo, nada más…―, el sonido, el soundtrack, la edición y la notable fotografía de Daniel Jacobs llena de glamour, hacen de esta comedia un símil que bien pudiera equipararse a muchas comedietas del estilo “bocado de cardenal” del cine francés, de ésas que suelen presentarse en sus últimas muestras. 

Guadalupe Reyes no solamente es divertida, sino que en realidad el argumento escrito por Erik Zuckerman, Harold Rumpler y Marcos Bucay, está lleno de diálogos emotivos y muy profundos (pero sin excesos rococó), que en momentos resultan medio filosóficos, bastante serios y hasta catárticos. La puesta en pantalla es, valga la redundancia, apantallante, pues lo mismo va de las tomas en la bellísima costa del Caribe mexicano, que a bares y restaurantes muy “nice” de la CDMX (excepto la secuencia en la pulquería, que no obstante también es encantadora), igual a las oficinas de un edificio corporativo muy elegante y demás locaciones en Santa Fé; además cuenta con un vestuario muy de vanguardia cuando las secuencias así lo ameritan. 

Un gran divertimento muy como para el público machín (¡por fin…!), porque solamente los hombres nos identificamos con semejantes personajes tan cínicos y “desmadrosos”, pero muy “netos” y “valedores”, eso sí . Total, que quedé gratamente sorprendido y encantado de haber ido a ver un filme nacional de muchísima más calidad de la que me esperaba. Tanto, que fácilmente la puedo poner junto a las Niñas bien, Una dulce familia y Mentada de padre (que no les he reseñado todavía) como las mejores comedias del año. Las de Higareda con Chaparro no cuentan en esa categoría por obvias razones. 

Guadalupe Reyes para nada es un “churro”, se los garantizo. Además, si lo fuese, les aseguro que hay cosas peores que hemos visto, pero aducimos o presuponemos que no lo son bajo el supuesto de que son made in Jólibutt. La verdad es que no por ser filmes extranjeros ya son en sí mismos una garantía de calidad cinematográfica. Me da mucho gusto que en México se siga filmando, ¡y bien…! (Por cierto, al final varias personas del público aplaudieron). 

¡Corte y queda…! 

MarcH de Malcriado

lunes, 2 de diciembre de 2019

UN DÍA LLUVIOSO EN NUEVA YORK

UN  DÍA  LLUVIOSO  EN  NUEVA YORK Ha  sido  criticada como  una obra  muy  menor de  Woody  Allen. Es  lógico  y  natural que  no  sea Annie  Hall, Manhattan Zeling  o  Hanna  y  sus  hermanas,  pero  aun  así es  muy  superior al 90% de lo  que se  puede  ver actualmente  en  las  salas de  cine.    ©Amazon  Studios


UN DÍA LLUVIOSO EN NUEVA YORK (A Rainy Day in New York) EE.UU., 2019, Escrita y dirigida por Woody Allen. 



Muchos dicen que Woody Allen está  en  decadencia y  que desde hace mucho se  encuentra a años luz del rutilante guionista y director que fue; sin embargo, si lo que la industria de Hollywood nos presenta cada año tuviera la vigésima parte de la calidad de la menos excelsa de las películas “allenianas” otra visión  y  cultura cinematográfica  hubiéramos  desarrollado y no tendríamos la  necesidad casi  compulsiva de  ir a ver esas porquerías del estilo de Fast n´ Furious 25 ó Terminator: Destino Oculto (Tim Miller, 2019), que ya también fui a ver pero cuya "critireseña" no he escrito porque hasta vergüenza me da  tener que despedazar ciertos filmes (o lo que sea que fueren semejantes bodrios), de veras. 



Pero bueno, Un día lluvioso en Nueva York quizás no sea tan fabulosa como Café Society (Woody Allen, 2016), pero en  muy poca medida,  tan sólo como una media estrella (y me refiero a cuando yo calificaba con "estrellas"  los filmes); pues ésta,  su entrega más reciente, es de una exquisitez increíble. Inclusive,  con ese sorpresivo desfile de personajes especiales me recordó a la maravillosa Medianoche en París (Woody Allen, 2011). 

Como siempre, los argumentos del maestro Allen versan sobre la ironía de las relaciones de pareja, las vicisitudes de su cotidianeidad,  sus sempiternas  traiciones y sus crisis.  Para  filmar ese  tipo  de temas  no recuerdo a ningún director estadounidense que se  le  equipare,  ni  antes  ni  después, y que tenga esa  graciosa  y  profunda ironía combinada con un  demoledor humor negro.  Después  del  shock inicial,  y al  final  de tan corrosiva visión el resultado  de sus poemas cinematográficos siempre es una  toma  de  conciencia que  fluye y  se posa suavemente en la  realidad  de los  actantes,  sin  efectismos  ni grandilocuencias  pretenciosas. Este perfecto arco dramático  permite  a los protagonistas centrarse  en  la  exacta  dimensión que deben  tener para  la  consecución  del equilibrio  y la  realización  personal de  su  propio y  único destino.  Tal vez en el cine europeo precisamente ése haya  sido desde siempre el leitmotiv de los grandiosos, aunque realizado de  diferentes  formas; tan sólo recordad a Antonioni, Bergman, Chabrol y  Fassbinder, por mencionar solamente a unos cuantos de  los directores más clásicos… 



La universitaria Ashleigh (Elle Fanning), una rubia tonta tonta, pero no tanto, tiene que ir a Manhattan a entrevistar a uno de los directores más famosos del mundo: Roland Pollard (Liev Schreiber) que le concederá una  audiencia únicamente de una hora en  la  suite  de  su  hotel; pero ¡guauuu...!, como ella es joven y bonita, se llama casi como su ex esposa y le resulta muy  chistosa  e  ingenua, además de sumamente inexperta y manipulable, le suelta  una  bomba: la primicia de  una  noticia  que ni los periodistas más voraces pudieran haber soñado obtener jamás ―porque es  muy  personal,  y según él no se lo merecen y están muy contaminados―. La  verdad es  que  la  escuincla  le  parece la mar de atractiva,  y es por  ello que el  movimiento #MeToo,  esa versión postmoderna de la  "Santa  Inquisición", ve como  algo  muy aberrante y  patológico expresar la naturalísima atracción sexual, sobre  todo  si  entre  los  actantes  media  una  decena,  o  varias, de años  de  diferencia en  edades,  en  este  caso cincuenta  y  veinte... y la  cosa  no  para  allí,  porque  hay  otro  personaje  que  le  dobla  la  edad, también interesado  en  ella sexualmente,  ¿raro asunto,  no...? ¡Qué  cosas...! 

Para empeorar la trama, es precisamente allí, en este punto de la confesión íntima del maduro director, que deducimos usa solamente como  un "anzuelo", que comienzan una serie de sorpresas, enredos, malos entendidos y descubrimientos del pasado. Primeramente que con todos los demás, con el propio novio de Ash, ese joven fuera de serie llamado Gatsby (Timothée Chalamet, un súper rising star que ya hemos visto grandioso en otras películas, como Llámame por tu nombre de Luca Guadagnino, 2017), quien en  definitiva por su adoración, es el que la lleva y paga el viaje hasta "La Gran Manzana".

Además  de Jude  Law y Diego  Luna,  que  aparece como  latin  lover de la  pantalla,  por  allí  se  encuentra también la  muy linda  y latina Selena  Gómez, cuyo  papel  de chiquilla  caprichosa  le  queda  muy  ad hoc,  pues con  sus  mohines y su  vocecita  ronca  a lo  Laura San  Giacomo, fue  para  mí toda una  revelación  maravillosa e  inusitada (nunca  antes  la  había  visto  actuar  y  vaya que no es del  todo  mala,  hasta  resulta  simpática) que terminó  por  conquistarme  todavía  más,  pues  como la  cantante de  pop que  ya es me  encantaba, y precisamente  por éso,  por  chiqueona;  ¿así  se  dirá ese algo que está  entre lo mimada y lo ladina?



Hay mucha gente que me ha dicho que no le entiende al cine de Woody Allen, quizás los confundan tantas referencias filosóficas y de la llamada “alta cultura” que manejan sus personajes, aunado todo a la ironía o lo vitriólico de su crítica social. La verdad no es para nada complicado. Para ver un cuadro de Rothko o de Vincent van Gogh no necesita uno saber pintar ni de pintura, al igual que para leer a Virginia  Woolf, a Sylvia Plath o a Hemingway no necesita uno ser literato. ¿O qué,  si uno no sabe de música eso sería impedimento para disfrutar de la música de Mozart o de Häendel…? La cuestión es no ponerse  barreras,  abrir  la  mente ―sobre  todo despojarse  de  prejuicios― y decidir si a uno le gusta gusta o no. 



La cámara de Vittorio Storaro hace de Nueva York ―constantemente fotografiado y refotografiado hasta el hartazgo― algo bello y bastante chic,  provocando que  nos resulte tan entrañable como siempre, pues en  las  películas de  Woody  Allen Manhattan es en sí misma otro personaje más,  el que contiene a  los  otros. Luego  entonces,  como  su  título  lo  dice, es allá donde se  escenifican esta serie de eventos,  de encuentros y desencuentros que hacen totalmente deliciosa esta magnífica historia sobre la toma  de  conciencia y la absoluta resignificación de la vida y  el  amor,  o los amores... 



Los expertos podrán pontificar lo que quieran y rociar con ácido los postreros filmes del  "decadente octogenario" Allen, como  lo  han  llamado, pero  yo  me pregunto: ¿cómo  se  verían  todos  ellos si a los 84  años todavía pusieran  en  pantalla sus  propios  guiones?  A  pesar  de esos pretenciosos juicios sofistas, honestamente yo prefiero ir ver a  Allen cien veces antes que asistir a esas espectaculares mega producciones bastante  huecas,  y tontas,  de  corretiza  interminable y  explosiones de puros Fx (en las que por lo general nadie actúa y prácticamente no hay argumento).  Sí, esos "churros" infames que abarrotan varias salas del mismo complejo cinematográfico al mismo tiempo, sin  dejar lugar  a  otras  opciones de mucho  mejor calidad, ¡horror…!  Yo por  éso mejor  me   quedo  con lo  que  sí  es arte,  aunque éste esté confinado  a las  casi  siempre  vacías  salas  de  arte, que por  cierto son  cada  vez  más  escasas.  



Por  sobre  todas  las  cosas,  claro  que  me  quedo  con  el  arte,  aunque tienda  a  ser repetitivo  y  autoreferencial (esas sentencias usualmente  son por  demás  exageradas). La  obra  de los  grandes  maestros  siempre  lleva  su firma necesaria e invariablemente, pues de  manera  irremisible conserva  una  línea  que  los  identifica  perfectamente.  Atrévanse a ver las películas de Woody Allen, ya verán que para  nada son aquellos complicados rompecabezas  que  suponen  que  son,  porque  al final solamente hablan sobre las  cosas  de la vida, de  ustedes, de mí, de todos nosotros… 



¡Corte y queda…! 



MarcH de Malcriado