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Saint Laurent. De tímido ayudante de la Casa Dior a dueño de un emporio interplanetario. Todo, bueno casi todo, está aquí. Foto: © Europa Corp / Mandarin Cinéma |
SAINT LAURENT Francia, 2104. Dir. Bertrand Bonello. Ya sabemos que la vida de las superestrellas siempre ha ejercido una fuerte fascinación sobre el público de todo el mundo. Porque usualmente son como cuentos de hadas, harto y bien aspiracionales, en las que alguien, como tú o como yo, logra trascender lo común, la cotidiana mediocridad…
En París, a finales de los años de 1950, un sencillo y tímido modista que trabaja de ayudante en la casa Dior, a pesar de ser un buen empleado es despedido. Como es bastante bueno en su oficio, un visionario de los negocios le propone formar otra casa de modas, con su nombre y sus propios diseños. El resto ya lo conocemos…
Junto a Chanel, YSL representó un ícono mundial de la moda, de la sofisticada elegancia francesa. Coco, nunca pasó, de moda; pero en los años de 1960 y de 1970, no hubo nadie más allá que Saint Laurent. Joven, bello, innovador y mucho más accesible, más moderno y avant-garde. El mundo lo adoró como sólo se adora lo extraordinario.
Un día les dije: “¿Quién no tuvo algo con las siglas YSL…?”. Por lo menos un pañuelito, un suetercito o una loción. Gracias a las franquicias del prêt-à-porter que él inventó, todos tuvimos acceso a alguna garrita, perfume, eau de cologne o, aunque fuera, un after-shave… Gracias a YSL por fin, también la clase media podíamos tener fácil acceso a ciertas creaciones de un diseñador de la alta costura internacional; y nada menos que a las del más famoso del mundo.
Yo me acuerdo que de joven usaba la "English Leather" y la "Old Spice" de mi papá, hasta que me regalaron una "Brut" de Fabergé, para mí solito. Pero cuando comencé a ser hombre mi favorita era "Pour Homme", que también olía a hombre, pero de mundo. Seguramente así olía París, la France, Europa y el mundo entero...
Las mujeres "sofis" y glamorosas olían a Chanel No. 5, como la Monroe o la Deneuve; pero las chicas bonitas y comunes, las despeinadas a lo Bardot o a lo Sylvie Vartan, olían a "Paris", a "Opium" y a "Rive Gauche". La impronta jamás desaparece, todos llevamos a Saint Laurent en la memoria.
En la actual "LIX Muestra Internacional de Cine" en México se incluye esta cinta. Claro que corrí a la Cineteca Nacional a verla, lleno de expectativas. Además con el plus de que está protagonizada por un dios de cine, Monsieur Gaspard Ulliel , que ya en Hannibal, el origen del mal (Peter Weber, 2007)*** me había dejado de boca abierta.
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Saint Laurent es Gaspard Ulliel. El notable actor le imprime al mítico diseñador una elegantísima presencia, casi mágica. ¡Bravo...! Foto: © Europa Corp / Mandarin Cinéma |
La puesta en pantalla de esta “biopic” es algo muy loable, y mucho más teniendo en cuenta que sobre Saint Laurent previamente ya estaban filmadas varias cintas, aunque las más sobresalientes son: Yves Saint Laurent-Pierre Bergé, L’Amour Fou (Pierre Thoreton, 2010)*** —documental producido por su compañero, socio, viudo y, por supuesto, heredero: Pierre Bergé—, que fue un éxito, y además la excelente Yves Saint Laurent (Jalil Lespert, 2014). ***
Bonello, a pesar de la gran dificultad que representa el no contar con el apoyo de Bergé (dueño de todos los derechos) quiso realizar su propia versión. Eso es en sí mismo todo un logro, aunque, lógicamente, no tan afortunado como sus 2 antecesoras. Me explico.
Lo bueno. Hay que decirlo; visualmente, Saint Laurent es muy atractiva. La fotografía de Josée Dashaies y la recreación de la época son notables. Pero lo más importante es que cuenta con la presencia de ese deslumbrante animal de cine que es Gaspard Ulliel. Él va muy bien acompañado (y ya verán cómo) por el apuesto Louis Garrel que interpreta a Jacques, el súper dandy y gigoló saigonés —y el amante más fabuloso de YSL—, y de Aymeline Valade como su modelo consentida y musa, Betty Catreaux.
Lo regular. Se muestran las debilidades del modista de una forma un poco tremendista, —la secuencia de "Moujik", su perro, es conmovedora—. El asunto de la sexualidad y las adicciones de Saint Laurent es tan jugoso que no se puede prescindir de ello. Aunque claro, seguramente Bonello se quedó corto (y la verdad, ¡qué bueno…!). Yo creo que hasta se podría hacer una película aparte con toda esa faceta del Yves "secreto". ¿Quién se anima, Gaspar Noé…?
Lo malo. La cinta dura 150 min. Hay unas secuencias de negocios muy largas y aburridas. ¿A quién le importan las juntas corporativas y las cuestiones administrativas de ejecutivos hablando de estrategias comerciales, de pérdidas y ganancias…? Ya sabemos que hasta las grandes celebridades cuyo nombre es una marca registrada, son esclavas de las variantes y exigencias de las leyes del libre mercado. Y, ultimadamente, para eso están, para ofrecer lo que el público demanda. Para el cine aplica lo mismo. Pues a la mayoría francamente no nos importan mucho esas cuestiones.
Aun así, bien vale la pena verla. Las secuencias de los procesos creativos, del exhaustivo trabajo individual y en equipo, de la tensión previa a los desfiles, de las noches de boîtes de nuit, del amor, y de las fiestas y ligues y excesos y crisis existenciales y, finalmente, del triunfo en medio de la decadencia son brutales. Llevan el espíritu de toda una época; una que también nosotros vivimos y disfrutábamos por igual. Claro, quienes éramos jóvenes en aquellos entonces. Así es, también íbamos a la última moda (o quesque); envueltos en nubes de fragancias exquisitas, y bailábamos al ritmo de la música increíble que surgía de los discos de vinilo en las tornamesas. Para olvidarnos de las presiones escolares o laborales y, los más afortunados, de ambas . ¡Uuh-yuu-yuuiii…!!!
Nunca supimos que el tiempo nos iba devorando mucho más rápido de lo que podíamos imaginarnos.
Como una prueba irrefutable del desenfreno, de la belleza y del glamour allí están Dominique Sanda y el mítico Helmut Berger, en pequeños papeles pero de vital importancia.
Y por supuesto, allí está el pequeño Yves, solitario, jugando con sus muñecas, con sus lápices en la mesa de trabajo; con la mirada absorta, perdida, de artista, porque lo era, mientras hieráticamente declara:
"Yo amo los cuerpos sin alma, porque el alma está en otra parte."
Esa sola sentencia cobra una dimensión tan verídica como dolorosa; tan brillante y tan efímera como la vida misma…
Excelente. ***
¡Corte y queda...!
Bonello, a pesar de la gran dificultad que representa el no contar con el apoyo de Bergé (dueño de todos los derechos) quiso realizar su propia versión. Eso es en sí mismo todo un logro, aunque, lógicamente, no tan afortunado como sus 2 antecesoras. Me explico.
Lo bueno. Hay que decirlo; visualmente, Saint Laurent es muy atractiva. La fotografía de Josée Dashaies y la recreación de la época son notables. Pero lo más importante es que cuenta con la presencia de ese deslumbrante animal de cine que es Gaspard Ulliel. Él va muy bien acompañado (y ya verán cómo) por el apuesto Louis Garrel que interpreta a Jacques, el súper dandy y gigoló saigonés —y el amante más fabuloso de YSL—, y de Aymeline Valade como su modelo consentida y musa, Betty Catreaux.
Lo regular. Se muestran las debilidades del modista de una forma un poco tremendista, —la secuencia de "Moujik", su perro, es conmovedora—. El asunto de la sexualidad y las adicciones de Saint Laurent es tan jugoso que no se puede prescindir de ello. Aunque claro, seguramente Bonello se quedó corto (y la verdad, ¡qué bueno…!). Yo creo que hasta se podría hacer una película aparte con toda esa faceta del Yves "secreto". ¿Quién se anima, Gaspar Noé…?
Lo malo. La cinta dura 150 min. Hay unas secuencias de negocios muy largas y aburridas. ¿A quién le importan las juntas corporativas y las cuestiones administrativas de ejecutivos hablando de estrategias comerciales, de pérdidas y ganancias…? Ya sabemos que hasta las grandes celebridades cuyo nombre es una marca registrada, son esclavas de las variantes y exigencias de las leyes del libre mercado. Y, ultimadamente, para eso están, para ofrecer lo que el público demanda. Para el cine aplica lo mismo. Pues a la mayoría francamente no nos importan mucho esas cuestiones.
Aun así, bien vale la pena verla. Las secuencias de los procesos creativos, del exhaustivo trabajo individual y en equipo, de la tensión previa a los desfiles, de las noches de boîtes de nuit, del amor, y de las fiestas y ligues y excesos y crisis existenciales y, finalmente, del triunfo en medio de la decadencia son brutales. Llevan el espíritu de toda una época; una que también nosotros vivimos y disfrutábamos por igual. Claro, quienes éramos jóvenes en aquellos entonces. Así es, también íbamos a la última moda (o quesque); envueltos en nubes de fragancias exquisitas, y bailábamos al ritmo de la música increíble que surgía de los discos de vinilo en las tornamesas. Para olvidarnos de las presiones escolares o laborales y, los más afortunados, de ambas . ¡Uuh-yuu-yuuiii…!!!
Nunca supimos que el tiempo nos iba devorando mucho más rápido de lo que podíamos imaginarnos.
Como una prueba irrefutable del desenfreno, de la belleza y del glamour allí están Dominique Sanda y el mítico Helmut Berger, en pequeños papeles pero de vital importancia.
Y por supuesto, allí está el pequeño Yves, solitario, jugando con sus muñecas, con sus lápices en la mesa de trabajo; con la mirada absorta, perdida, de artista, porque lo era, mientras hieráticamente declara:
"Yo amo los cuerpos sin alma, porque el alma está en otra parte."
Esa sola sentencia cobra una dimensión tan verídica como dolorosa; tan brillante y tan efímera como la vida misma…
Excelente. ***
¡Corte y queda...!
March de Malcriado
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